España en el pasado; México en plena transformación

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Pos es inaceptable la postura que el gobierno de España ha adoptado frente a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, presidenta electa de México. La cancelación de su participación debido a la supuesta «exclusión» del rey Felipe VI revela la incapacidad de España para abandonar las prácticas anacrónicas de su política medieval, que sigue otorgando un protagonismo excesivo a la monarquía. El conflicto actual, provocado por la no invitación al monarca a un evento de tal envergadura en México, deja en claro que España no ha comprendido las dinámicas del siglo XXI y se aferra a estructuras de poder que no representan el futuro.

La transformación política y social que México ha experimentado en los últimos seis años es un claro ejemplo de cómo una nación puede avanzar hacia la modernidad, dejando atrás las prácticas coloniales y monárquicas que, en el caso de España, parecen aún vigentes. Mientras que México ha emprendido un camino de transformación profunda bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador y ahora con Sheinbaum, España permanece atada a las tradiciones que la detienen en el pasado.

Resulta y resalta que la insistencia del gobierno de Pedro Sánchez en considerar «inaceptable» la ausencia de Felipe VI en la ceremonia de investidura es un claro reflejo de cómo el Estado español sigue dándole a la monarquía un peso político injustificado. En una Europa donde cada vez más países cuestionan el rol de sus monarquías, España continúa arraigada en la idea de que la figura del rey debe ocupar un lugar central en los actos de gobierno, tanto internos como externos.

Es necesario señalar que, en pleno siglo XXI, seguir imponiendo la presencia de un monarca en un acto de transmisión de poder en una república soberana resulta, cuando menos, arcaico. A diferencia de España, donde la monarquía se mantiene como un símbolo de poder heredado, en México se vive un proceso de cambio donde la democracia, la justicia social y el bienestar de la ciudadanía son los pilares de su transformación.

México, a través de la política impulsada por López Obrador, ha dejado claro que su mirada está puesta hacia el futuro, con reformas sociales que buscan una mayor equidad, una política exterior soberana y, sobre todo, una lucha incansable contra las estructuras corruptas heredadas del pasado. Este contraste es notable frente a un país como España, que parece todavía sumido en la defensa de instituciones anacrónicas que no responden a las necesidades del presente.

Y es que este incidente es solo la punta del iceberg de una serie de tensiones que han marcado la relación entre México y España en los últimos años. En 2019, López Obrador exigió al monarca español que el Estado admitiera su responsabilidad histórica por las ofensas cometidas durante la conquista y ofreciera disculpas. Lejos de recibir una respuesta favorable, lo que siguió fue una serie de críticas y una negación rotunda por parte del gobierno español.

Esa negativa de Felipe VI a ofrecer disculpas no solo fue un error diplomático, sino una muestra de cómo España sigue arrastrando los vestigios de una política colonialista que, aunque disfrazada de modernidad, continúa presente en sus decisiones. La respuesta de México al pausar las relaciones diplomáticas en 2022 no fue sino una reacción lógica frente a la falta de respeto y reconocimiento histórico por parte de España.

A más de 500 años de la llegada de los conquistadores a América, resulta inaudito que un país que se considera moderno no sea capaz de mirar hacia su pasado con honestidad y admitir los errores cometidos. Las ofensas y abusos cometidos durante la conquista no solo deben ser reconocidos, sino que deben ser parte de un proceso de reconciliación histórica. No hacerlo refleja una profunda miopía política que dificulta las relaciones internacionales basadas en el respeto y la cooperación.

Mientras que España sigue atrapada en su retórica monárquica, México ha emprendido un proceso de transformación que lo coloca a la vanguardia en América Latina y el mundo. Este proceso, iniciado por López Obrador y que será continuado por Sheinbaum, se basa en principios fundamentales de justicia social, equidad y soberanía. En lugar de mirar hacia el pasado y aferrarse a estructuras de poder caducas, México está construyendo una nación más justa y equitativa.

La política exterior de México bajo este nuevo liderazgo se centrará en el respeto mutuo y la colaboración internacional, sin permitir que se impongan narrativas coloniales o imperialistas. La decisión de no invitar a Felipe VI a la toma de posesión de Sheinbaum es, en esencia, una declaración de independencia simbólica que señala que México no permitirá que ninguna potencia extranjera, por muy cercana que sea su relación histórica, interfiera en sus asuntos internos o exija privilegios basados en tradiciones anacrónicas.

Sheinbaum, en su capacidad como nueva presidenta, tiene ante sí la oportunidad de redefinir las relaciones exteriores de México y de fortalecer los lazos con países que compartan los mismos valores de democracia, justicia social y respeto mutuo. Esto no significa un distanciamiento definitivo de España, pero sí marca un antes y un después en la relación bilateral, donde los términos de igualdad y respeto deben ser los principios rectores.

La postura de México en este caso envía un mensaje claro: no se permitirán imposiciones externas que contradigan los valores y principios de la nación. La invitación o no a ciertos líderes es una prerrogativa soberana, y ninguna nación, por poderosa que sea, tiene el derecho de imponer condiciones o exigir presencias en ceremonias oficiales.

El contraste entre la actitud de España y la de otros países, como Estados Unidos, es evidente. Mientras que el presidente Joe Biden no asistirá a la ceremonia, ha designado una delegación de alto nivel, encabezada por su esposa Jill Biden, que refleja el respeto y la importancia que Estados Unidos otorga a la relación con México. Este gesto demuestra que, a pesar de las diferencias, es posible mantener una relación diplomática basada en el respeto y la cooperación.

España, por el contrario, ha optado por un enfoque que no solo es innecesariamente dramático, sino también contraproducente. Al negarse a participar en la toma de posesión de Sheinbaum por la ausencia del rey Felipe VI, está enviando un mensaje de intolerancia y de falta de comprensión de los tiempos actuales. La monarquía, como institución, puede tener su lugar en la historia de España, pero no debe ser un impedimento para las relaciones internacionales en el siglo XXI.

Por eso somos los rompenueces.

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