Pos la llegada de Jorge Romero Herrera como nuevo dirigente del Partido Acción Nacional (PAN) supone un parteaguas en la historia reciente de este instituto político. En la última década, bajo la batuta de líderes como Marko Cortés, el PAN ha experimentado un desgaste severo, que no solo se manifiesta en la falta de triunfos electorales relevantes, sino también en una crisis de identidad que ha minado la confianza de sus militantes y simpatizantes. A este contexto complejo se suma la controversial decisión de forjar una alianza con el PRI, otrora adversario histórico, lo que ha dejado un amargo sabor de boca entre los seguidores más ortodoxos del panismo.
Y es que Romero Herrera no solo recibe un partido fragmentado, sino uno en donde las heridas del proceso interno están lejos de sanar. Con el 91.7% de las casillas computadas, el triunfo de Romero fue contundente: un 80% de apoyo frente al 20% que obtuvo Adriana Dávila. Sin embargo, más allá de los números, el mensaje de Dávila tras la derrota fue demoledor. La exdiputada no dudó en cuestionar la transparencia del proceso, señalando que “se violó la legalidad” y que la elección fue “inequitativa”. Estos comentarios reflejan una realidad incómoda para el PAN: la desconfianza en sus propios mecanismos internos y la falta de consenso sobre el rumbo que debe tomar la organización.
El llamado de Dávila a la nueva dirigencia es un recordatorio de que el PAN no solo necesita un líder, sino un renovador con capacidad para unir a sus facciones y devolverle la credibilidad que perdió con el tiempo. “El modelo de PAN que ustedes han construido desde la última década no funciona”, afirmó con vehemencia. Este es un desafío colosal para Romero Herrera, quien deberá demostrar si tiene la voluntad y el compromiso ético necesarios para recuperar el legado demócrata y liberal de Manuel Gómez Morín, uno de los fundadores del partido.
Resulta y resalta que la participación en estas elecciones internas también deja muchas dudas. Según Dávila, “alrededor del 70% de los panistas no fue a votar”, una cifra que, de ser cierta, pone en entredicho la representatividad del nuevo liderazgo. Por su parte, la Comisión Organizadora ofreció otra versión, señalando una participación cercana al 50%, aunque evitó proporcionar cifras definitivas. Esta disparidad de datos evidencia un problema mayor: la desconexión entre la dirigencia y la militancia, y la necesidad urgente de una reestructuración profunda.
Los retos que enfrenta Romero Herrera no solo son internos. El contexto político nacional, con un Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) fortalecido y una oposición atomizada, exige estrategias claras y un proyecto sólido que seduzca al electorado. El PAN deberá definir si seguirá jugando a las alianzas pragmáticas o si buscará consolidar un discurso propio que recupere la confianza de los mexicanos. Pero para lograrlo, primero debe sanar sus heridas internas.
El miércoles será crucial: la confirmación del conteo preliminar y la entrega de la constancia de mayoría marcarán oficialmente el inicio de una nueva era para el PAN. Pero el verdadero reto empieza el viernes, cuando Marko Cortés entregue las riendas del partido a Romero Herrera. ¿Podrá el nuevo dirigente estar a la altura de las circunstancias? ¿Será capaz de recomponer un partido que parece estar en caída libre, o terminará sucumbiendo ante las mismas prácticas que lo llevaron a esta situación?
El tiempo dirá si Jorge Romero es el líder que Acción Nacional necesita para sobrevivir en el complejo panorama político mexicano. Lo que es claro es que su tarea no será fácil: deberá demostrar que su victoria no solo fue legítima, sino también el inicio de una transformación real que permita al PAN dejar atrás su etapa más oscura y volver a ser una fuerza relevante en el país.
Por eso somos los rompenueces.