Pos la llegada de caravanas migrantes a la frontera sur de México, y su lento avance hacia los Estados Unidos, parece haber encontrado un contexto especialmente inflamable: el retorno del discurso radicalizado de Donald Trump. En medio de las amenazas del expresidente estadounidense, quien nuevamente ha centrado su narrativa en la necesidad de presionar a México para contener a los migrantes, surgen preguntas inevitables: ¿quién impulsa estas movilizaciones masivas? ¿Por qué su aparición coincide con el auge de este discurso antimigrante?
Y es que dos caravanas, compuestas por aproximadamente 2,400 personas, avanzan por Chiapas. La llamada Caravana de la Peregrinación, integrada por 1,200 extranjeros, permanece varada en Pijijiapan tras recorrer 150 kilómetros desde Tapachula, mientras otro grupo de igual tamaño descansa en Mapastepec. A pesar de las duras condiciones, las caravanas han recibido atención médica y humanitaria por parte de autoridades municipales.
Sin embargo, la migración nunca se produce en el vacío. Detrás de las desgarradoras historias individuales, hay fuerzas estructurales y coyunturales que activan estos movimientos. Las caravanas han sido, en ocasiones, usadas como herramientas de presión política tanto por actores nacionales como internacionales. Su sincronización con la retórica antimigrante de Trump —cuyas amenazas incluyen aranceles y restricciones económicas a México si no actúa como muro fronterizo— no puede ser ignorada.
El expresidente y ahora presidente electo ha encontrado en la migración su caballo de batalla electoral. Cada imagen de una caravana avanzando hacia la frontera sirve para alimentar sus narrativas de «invasión». Por otro lado, para los migrantes, moverse en masa se convierte en una estrategia de seguridad ante los riesgos que enfrentan en su trayecto, desde extorsiones hasta la violencia del crimen organizado.
Pero, ¿quién los envía? Es aquí donde las teorías se multiplican. Desde sectores que sugieren que organizaciones pro-migrantes buscan visibilizar la crisis humanitaria, hasta aquellos que ven una manipulación de actores políticos interesados en desestabilizar la relación México-Estados Unidos, el trasfondo permanece difuso. Lo cierto es que estas caravanas no son espontáneas: requieren organización, comunicación y recursos para movilizar a miles de personas.
México, por su parte, se encuentra atrapado en un delicado equilibrio. Por un lado, intenta cumplir con sus compromisos internacionales de respeto a los derechos humanos; por el otro, enfrenta las crecientes demandas de Estados Unidos para contener los flujos migratorios. La administración de Chiapas, como ejemplo microcosmos, brinda ayuda humanitaria, pero la emisión de permisos migratorios recae en el Instituto Nacional de Migración (INM), que enfrenta su propio desafío logístico y político.
Resulta y resalta que las voces de los migrantes son un recordatorio de la dimensión humana de esta crisis. “No estamos pidiendo esto por capricho, sino desde el corazón”, dice Leydi Moreno. Sin embargo, la tensión entre las demandas humanitarias y las presiones políticas es cada vez más evidente. ¿Qué implicará para México ser nuevamente la línea de contención de Estados Unidos en un contexto donde las caravanas son vistas como una amenaza, y no como una emergencia humanitaria?
Estas caravanas, pues, no sólo son un fenómeno migratorio; son también un fenómeno político. Cada paso que dan los migrantes hacia el norte resuena en los discursos de políticos como Trump, que busca revivir su agenda antimigrante. La pregunta, entonces, no es sólo quién organiza estos movimientos, sino también quién se beneficia de su narrativa.