Este lunes marca el inicio de una nueva era en las relaciones entre México y Estados Unidos, y no precisamente para bien. Donald Trump, el hombre que ha polarizado al mundo, ha asumido por segunda vez la Presidencia de los Estados Unidos, abriendo un capítulo que promete trastocar el orden global y encender alarmas en nuestro país.
Con su lema “Hacer a Estados Unidos Grande Otra Vez”, Trump se presenta como un líder decidido a desmantelar las bases del orden liberal que emergió tras la Guerra Fría. Según Mathew Burrows, exmiembro del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, el republicano está “cerrando la puerta a la globalización” para imponer una visión más egoísta y unilateral del poder estadounidense. Este cambio trae consigo graves consecuencias para México, un país que ha sido dependiente de su vecino del norte en ámbitos como el comercio, la seguridad y la migración.
La segunda administración de Trump encuentra a un mundo debilitado, con rivales tradicionales de Estados Unidos enfrentando crisis profundas. Rusia, atrapada en una guerra costosa contra Ucrania; Irán, erosionado por sanciones económicas; y China, con una economía en desaceleración y niveles de deuda alarmantes. Este escenario le otorga al republicano mayor margen de acción para imponer su agenda de supremacía.
Sin embargo, Trump no llega sin cargas. Es el primer presidente estadounidense convicto de un delito penal —por falsificar registros comerciales— y ha montado su regreso al poder sobre un discurso nostálgico que evoca un pasado idealizado de primacía estadounidense. Pero como alerta Burrows, “esto no es una visión, sino una ilusión”.
Para México, los próximos cuatro años podrían ser una prueba de fuego. Trump ya ha anunciado medidas que amenazan con desestabilizar nuestra economía y aumentar la tensión bilateral. Entre ellas, destaca la posibilidad de imponer un arancel del 25% a los productos mexicanos, una medida que golpearía duramente a sectores clave como el automotriz y el agroindustrial. Además, sus promesas de deportar a millones de migrantes indocumentados, en su mayoría mexicanos, y declarar a los cárteles como organizaciones terroristas abren un nuevo frente de conflicto.
Estas políticas no solo podrían dañar nuestra economía, sino también agravar la crisis humanitaria en la frontera, donde miles de migrantes ya enfrentan condiciones críticas. La postura de Trump amenaza también con erosionar la cooperación en materia de seguridad, una relación delicada que se ha construido con décadas de esfuerzos conjuntos.
El nuevo mandato de Trump también llega con un Congreso dominado por el Partido Republicano, lo que le dará mayor capacidad para implementar su agenda. Sin embargo, su enfoque uniláteral y aislacionista podría generar más caos que soluciones. Sus políticas proteccionistas podrían desencadenar represalias comerciales y agravar la inflación, tanto en Estados Unidos como en sus socios comerciales.
Para México, el reto será encontrar una estrategia que minimice los daños y proteja a sus ciudadanos. Esto podría incluir desde reforzar los lazos con otros socios comerciales hasta buscar nuevas formas de cooperación con el gobierno estadounidense, pese a las tensiones. La diplomacia mexicana enfrenta uno de sus mayores desafíos en décadas, y el margen de error es mínimo.
El segundo mandato de Trump no solo redibuja el mapa global, sino que también plantea preguntas existenciales sobre el papel de Estados Unidos en el mundo y sobre cómo países como México pueden adaptarse a un escenario cada vez más hostil. Hoy, más que nunca, necesitamos liderazgos fuertes, una visión clara y la capacidad de unirnos como nación para enfrentar la tormenta que se avecina. Porque lo peor que le pudo haber pasado al mundo no es solo el regreso de Trump, sino el impacto que su presidencia podría tener en nuestras vidas cotidianas y en nuestro futuro como país.
