Los aranceles de Trump

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Pos en un clima político que nunca deja de asombrar, Donald Trump, el expresidente que convirtió la Casa Blanca en un reality show, vuelve a jugar con fuego, no contra los gobiernos de México, Canadá o China, sino contra los propios estadounidenses. Su más reciente amenaza de imponer aranceles del 25 % a los productos provenientes de México y Canadá, así como la posibilidad de extenderlos al petróleo, no es más que una bomba de tiempo que afectará primero y con más fuerza a quienes dice defender: los habitantes de Estados Unidos.

Y es que el argumento de Trump es tan simple como incendiario: los aranceles son una respuesta a los supuestos déficits comerciales, el tráfico de fentanilo y la migración irregular. Sin embargo, detrás de esta narrativa alarmista se esconde una verdad incómoda. Los aranceles no castigan a los gobiernos de otros países, sino a las familias y empresas estadounidenses que tendrán que asumir precios más altos en bienes esenciales, desde alimentos hasta combustibles.

El comercio entre México, Canadá y Estados Unidos, pues, es la piedra angular de las economías norteamericanas. Imponer aranceles significaría un encarecimiento inmediato de productos que cruzan diariamente las fronteras. Un ejemplo claro es el petróleo mexicano, que Trump amenaza con gravar, ignorando que su país depende en buena medida de este recurso para mantener operativa su industria. Aunque presume de autosuficiencia energética, la realidad es que el mercado petrolero estadounidense sigue entrelazado con sus vecinos del norte y del sur.

Resulta y resalta que el impacto directo en los hogares estadounidenses será devastador. Según expertos en comercio internacional, el encarecimiento de productos importados no solo afecta a los consumidores, sino también a las empresas, que enfrentan costos más altos de producción. Este fenómeno, conocido como «inflación arancelaria», se traduce en menos empleos y menores ingresos para las familias trabajadoras. Es decir, Trump, en su intento de proyectar fuerza contra otros países, está saboteando el bolsillo de sus propios compatriotas.

Pero no es solo el comercio lo que preocupa. Las deportaciones masivas de migrantes mexicanos y centroamericanos, una bandera que Trump no ha dejado de ondear, también tienen consecuencias económicas profundas. La fuerza laboral migrante, tan criticada por el expresidente, es vital para sectores como la agricultura, la construcción y los servicios. Deportar indiscriminadamente a miles de personas no solo destruye familias, sino que también golpea a las industrias que dependen de esa mano de obra.

En sus primeras semanas de regreso al escenario político, Trump ha deportado a más de 5,000 migrantes, la mayoría mexicanos, generando tensión en la frontera y poniendo en evidencia las deficiencias de su política migratoria. Mientras tanto, las denuncias de violaciones a derechos humanos por parte de las autoridades fronterizas de Estados Unidos no cesan. En un caso reciente, una mujer guatemalteca y un migrante mexicano relataron abusos que han derivado en acciones legales por parte de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México.

La ironía es cruel: mientras Trump señala con dedo acusador a otros países por supuestos abusos o déficits, ignora los problemas que su retórica y políticas generan dentro de sus propias fronteras. La economía estadounidense está lejos de ser invulnerable, y las decisiones unilaterales, como imponer aranceles o deportar indiscriminadamente, solo agravan las desigualdades internas.

Y es que su fijación con China y el fentanilo, aunque no carente de mérito, no tiene en los aranceles una solución efectiva. El tráfico de drogas es un problema complejo que requiere cooperación internacional, no medidas punitivas que solo provocan represalias comerciales.

El golpe que Trump está por dar no es uno de justicia ni de equilibrio comercial; es un golpe contra los mismos estadounidenses que llenan los supermercados, compran gasolina y pagan impuestos. Es un golpe contra la estabilidad económica y social de una nación que ya enfrenta profundas divisiones internas.

El legado de Trump siempre ha estado marcado por la polarización, pero esta vez, su afán de protagonismo y sus decisiones precipitadas amenazan con dejar una huella mucho más profunda: un país enfrentado, no con el mundo, sino consigo mismo.

Nos leemos el próximo lunes. Por eso solos los rompenueces.

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