Pos, ¿cómo la ven? Donald Trump volvió a recurrir a su retórica beligerante y simplista al ordenar la eliminación total de los cárteles mexicanos. A través de un memorándum del Departamento de Justicia, su gobierno reafirma su postura de que el problema del fentanilo y otras drogas es exclusivo de México, como si las sustancias ilegales llegaran a Estados Unidos por arte de magia y sin complicidad alguna dentro de su territorio.
El documento firmado por la fiscal Pam Bondi declara que “no basta con detener la marea de venenos mortales, como el fentanilo, que estos grupos distribuyen en nuestra patria”. Sin embargo, omite convenientemente la pregunta clave: ¿qué sucede con el fentanilo una vez que cruza la frontera? ¿Quiénes son los distribuidores dentro de Estados Unidos y quién se queda con las millonarias ganancias de su venta?
Y es que la estrategia de Trump es la misma de siempre: culpar a México por el problema del narcotráfico sin asumir ninguna responsabilidad. Los datos son claros: el fentanilo no se fabrica en México, sino que llega a América del Norte desde Asia, principalmente desde China. Los cárteles mexicanos participan en su distribución, pero son las redes criminales dentro de Estados Unidos las que lo comercializan en sus calles.
Resulta y resalta que egún datos oficiales, el fentanilo es responsable de unas 70 mil muertes por sobredosis al año en Estados Unidos. Es una crisis sanitaria grave, pero es imposible ignorar el papel que juegan los consumidores y distribuidores estadounidenses en esta cadena. Es fácil culpar a México, pero ¿cuántos arrestos ha realizado el gobierno de Estados Unidos contra los grandes distribuidores internos?
Ansina que la narrativa de Trump también ignora la corrupción dentro de sus propias agencias de seguridad. Hay innumerables casos de oficiales de aduanas y fronteras que han sido detenidos por permitir el paso de drogas a cambio de sobornos. Pero de eso no se habla.
Mientras Trump ordena la erradicación de los cárteles en México, guarda silencio sobre el otro problema que alimenta la violencia: el tráfico de armas. Miles de rifles y pistolas de alto poder cruzan cada año la frontera desde Estados Unidos hacia México. Estas armas terminan en manos de los cárteles, quienes las usan para asesinar y consolidar su poder.
No es coincidencia que el gobierno mexicano haya demandado a empresas fabricantes de armas en Estados Unidos por su responsabilidad en esta crisis. La industria armamentista norteamericana no solo se beneficia de la violencia en México, sino que cabildea activamente para evitar cualquier regulación que frene este flujo ilegal. Trump y su gobierno prefieren desviar la atención en lugar de abordar el problema de manera integral.
Donald Trump es como ese vecino gritón que siempre tiene la razón, aunque nunca sepa de qué habla. Un personaje estridente, que un día dice una cosa y al siguiente la contraria, pero con el mismo tono de seguridad. Su ego es más grande que sus rascacielos y su necesidad de atención no tiene fondo. Si el mundo no gira a su alrededor, se enfurece. Habla como si estuviera en un reality show, buscando aplausos y sembrando peleas, porque el caos es su zona de confort.
Su mente es un remolino de conspiraciones, insultos y halagos a sí mismo. Se cree el más listo, el más fuerte, el salvador de su país, pero cuando las cosas salen mal, siempre es culpa de otro. Se victimiza y amenaza en la misma frase, cambia de enemigos y amigos según le convenga. Vive en su propio universo, donde la verdad es opcional y la lealtad solo vale si es para él. Trump no gobierna, actúa, y su mejor papel es el de líder incomprendido en su propio show.
Por eso somos los rompenueces.