El fascismo migratorio de Trump

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Pos, ¿cómo ven? «Te encontraremos y deportaremos. Nunca regresarás.» Con esta declaración, el gobierno de Donald Trump no solo deja claro su desprecio por los migrantes, sino que adopta una estrategia que recuerda a las peores épocas de la persecución estatal. La campaña mediática que despliega su administración en Estados Unidos y en el extranjero busca infundir miedo, una táctica que, lejos de disuadir la migración, confirma el carácter autoritario y xenófobo del Partido Republicano bajo su liderazgo.

Trump ha puesto en marcha un plan de expulsión masiva de migrantes en situación irregular con una retórica que bordea lo inhumano. Su afirmación de que los migrantes «envenenan la sangre» del país no es una simple declaración desafortunada; es una frase que evoca las políticas más siniestras del siglo XX, aquellas que justificaron la segregación, la persecución y, en los casos más extremos, el exterminio. Con estas palabras, el expresidente no solo reafirma su postura antiinmigrante, sino que la eleva a una dimensión peligrosa, donde los migrantes no son vistos como personas sino como amenazas biológicas.

Y es que la maquinaria del Departamento de Seguridad Interior (DHS) ha sido activada con anuncios publicitarios, spots de radio, campañas en redes sociales y declaraciones incendiarias. Kristi Noem, secretaria del DHS, ha convertido la amenaza en eslogan: «Si te vas ahora, puedes tener la oportunidad de regresar», sugiriendo que la única forma de vivir «el sueño americano» es someterse al arbitrio de un gobierno que criminaliza la pobreza y la desesperación. Pero, ¿desde cuándo huir de la violencia, la miseria y la persecución es un crimen?

Resulta y resalta que el plan no es solo expulsar, sino aterrorizar. La movilización de fuerzas para llevar a cabo arrestos masivos recuerda a redadas históricas que mancharon la historia de Estados Unidos. Las ciudades santuario son etiquetadas como «protectoras de criminales», en un intento por desacreditar los esfuerzos locales de apoyo a migrantes. Mientras tanto, figuras como Tom Homan, el «zar fronterizo» de Trump, presumen que los cruces ilegales han disminuido un 95%, como si el miedo y la represión fueran indicadores de éxito.

Pero esta estrategia tiene un problema de base: no funciona. La historia ha demostrado que las campañas de miedo no detienen la migración. Experiencias previas en Europa, América Latina y África evidencian que el deseo de buscar una vida mejor no se apaga con amenazas publicitarias. Los estudios realizados sobre campañas de «prevención» muestran que, en algunos casos, aumentan el deseo de migrar en lugar de reducirlo. La información, en vez de disuadir, refuerza la percepción de que la migración es la única salida viable.

El gobernador de Texas, Greg Abbott, ha llevado esta estrategia a otro nivel, promoviendo anuncios en El Salvador, Guatemala, Honduras y México con mensajes tan crudos como «¿Cuánto pagaste para que violen a tu hija?», una frase que no solo es alarmista sino que busca criminalizar a los propios migrantes. Este tipo de mensajes no son meros avisos; son propaganda de odio con la intención de dividir y justificar políticas cada vez más represivas.

El problema de fondo es que la política migratoria de Trump no busca soluciones reales, sino ganar votos a costa del sufrimiento humano. En lugar de abordar las causas estructurales de la migración, su gobierno opta por medidas punitivas y discursos tóxicos que alimentan el miedo en la población estadounidense y refuerzan el racismo. La demonización del migrante es la vía rápida para obtener el apoyo de los sectores más reaccionarios, aquellos que ven en la diversidad una amenaza en lugar de una riqueza.

El fascismo migratorio de Trump no es solo una estrategia electoral, es una amenaza a los principios fundamentales de justicia y derechos humanos. Estados Unidos se fundó sobre la migración y, paradójicamente, ahora es gobernado por líderes que quieren convertir el país en una fortaleza impenetrable. Pero la historia ha demostrado que los muros caen, que las fronteras son porosas y que la esperanza es más fuerte que el miedo. Trump podrá lanzar campañas y firmar decretos, pero nunca podrá detener el deseo de millones de personas de buscar una vida mejor. Ese es su mayor fracaso.

Por eso somos los rompenueces.

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