Una democracia de trece millones

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Pos, ¿qué creen? En el país donde todo se pone en duda si no lo valida una cúpula, trece millones de personas decidieron ayer no esperar permiso. Salieron, con boleta en mano, a ejercer un derecho que los de arriba juraban desierto: elegir quién imparte justicia. Y aunque hubo quienes minimizaron la jornada —con tono de sorna, desde los cómodos despachos donde han vivido décadas sin rendir cuentas—, la verdad es que trece millones no son pocos. Son muchos más de los que suelen confiar su voto al PRI o al PAN.

Trece millones de mexicanas y mexicanos —que no necesitan apellidos compuestos ni apadrinamientos políticos para hacerse notar— decidieron que ya no basta con criticar al Poder Judicial en sobremesas, sino que es hora de transformarlo con participación directa. ¿Quién les dijo que no se podía? ¿Quién apostó al abstencionismo como estrategia y terminó reprobando su propia lección de realidad?

Resulta y resalta que en la elección más insólita de nuestra historia reciente, no hubo acarreo, no hubo espectáculos de campaña, ni promesas huecas en jingles pegajosos. Hubo convicción. Silenciosa, quizá. Discreta, tal vez. Pero rotunda. Porque cada uno de esos trece millones representa una voz que ya no quiere jueces herederos de otros jueces, decisiones que privilegian a unos cuantos, sentencias que liberan a criminales con tecnicismos, mientras la justicia verdadera se demora por años para quienes no tienen un abogado influyente o una cuenta bancaria generosa.

Quienes hoy se quejan de la “baja” participación olvidan que ellos, en sus mejores momentos, apenas arañaron los nueve millones. Otros ni siquiera alcanzaron los seis. Y eso en elecciones con todo el aparato mediático a su favor, con coaliciones millonarias y con la maquinaria tradicional en pleno funcionamiento. ¿Cómo pueden hablar de “poca participación” sin antes revisar sus propios números?

El mensaje es claro: la gente quiere un Poder Judicial que no sea el club exclusivo de familiares, cómplices y protegidos. Que no se escude en la toga para proteger intereses económicos ni entorpecer el mandato popular. Que no otorgue 70 amparos a un solo criminal, mientras niega justicia a miles de víctimas comunes.

Y es que a esta participación se le puede llamar de muchas formas, pero no puede ser ignorada. Es el doble de la que se vio en la consulta por el juicio a expresidentes, también tildada de irrelevante en su momento. Es una señal clara de que, cuando hay voluntad, el pueblo responde. Y responde con firmeza.

El nerviosismo de ciertos sectores se entiende. Si trece millones se movilizan para exigir jueces distintos, mañana podrían exigir también sentencias diferentes, menos corrupción, más transparencia, reformas reales. No temen al voto, temen a lo que representa: la pérdida del privilegio.

La jornada fue un primer paso. Imperfecto, sí. Perfectible, por supuesto. Pero histórico. Porque no se votó por un partido, sino por una idea: que la justicia debe servir al pueblo, y no al revés.

A quienes votaron, no les mueve el resentimiento ni la revancha, sino la esperanza. Y esa, ya lo sabemos, siempre ha sido el motor más poderoso de cualquier transformación.

Por eso somos los rompenueces.

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