Pos mientras Donald Trump y buena parte del Partido Republicano desatan discursos incendiarios y amenazas contra México en el tema del tráfico de fentanilo, evitan mirar al espejo y reconocer un hecho igualmente alarmante: Estados Unidos es el mayor proveedor de armas de fuego empleadas en delitos en territorio mexicano. Este comercio ilícito no solo fomenta la violencia y la inseguridad en México, sino que también enriquece a sectores que, en muchos casos, están directamente vinculados a los intereses republicanos.
El reciente informe de la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF, por sus siglas en inglés) es contundente: más de 200 mil armas de fuego cruzan ilegalmente cada año desde Estados Unidos hacia México, muchas provenientes de estados fronterizos como Texas, Arizona, California y Nuevo México.
Estas armas, compradas en su mayoría en tiendas con licencias federales y casas de empeño, terminan en manos del crimen organizado que perpetra asesinatos, secuestros y extorsiones. Sin embargo, en lugar de enfrentar este problema con seriedad, Trump y sus aliados enarbolan el discurso del fentanilo como un arma política contra México, mientras ignoran el flujo constante de pertrechos desde su propio territorio.
Y es que el problema del tráfico de armas, pues, no es un asunto menor. Según el informe, entre 2022 y 2023, México presentó más de 50 mil solicitudes de rastreo de armas usadas en delitos, pero esto apenas representa una fracción del total estimado. Las cifras son escalofriantes: rifles, pistolas y revólveres fabricados y vendidos en Estados Unidos dominan el escenario de violencia en México. Las marcas más comunes, como Glock, Smith & Wesson y Beretta, son un recordatorio de cómo las leyes laxas en la venta y regulación de armas en Estados Unidos tienen consecuencias letales al sur de la frontera.
Trump, fiel a su estilo, propone desmantelar la ATF, la misma agencia que podría ayudar a combatir el tráfico de armas. Esto no debería sorprender. Durante su administración previa, no hizo más que consolidar los intereses de los fabricantes de armas y sus poderosos grupos de presión, como la Asociación Nacional del Rifle (NRA). Este respaldo a la industria armamentista no solo beneficia a un sector económico, sino que también asegura el financiamiento y el apoyo político de los republicanos, a costa de la seguridad en ambos lados de la frontera.
Por si fuera poco, Trump insiste en exigir mayores compromisos a México en el combate al tráfico de fentanilo, ignorando que el flujo de este opioide sintético tiene causas compartidas. Mientras México lidia con los laboratorios clandestinos y las rutas de distribución, Estados Unidos debería asumir su responsabilidad en el problema: la demanda incesante de drogas en su territorio y la permisividad en la venta de precursores químicos. Sin embargo, la narrativa unilateral y simplista de Trump sigue culpando exclusivamente a México, desviando la atención de las fallas estructurales en su propio país.
Resulta y resalta que la hipocresía se agrava al considerar que el tráfico de armas no solo impacta a México. Las armas estadounidenses alimentan conflictos y crímenes en toda América Latina, perpetuando un ciclo de violencia y migración que, irónicamente, Trump también utiliza como bandera política. Su agenda no busca soluciones reales; solo perpetúa un juego de señalamientos que beneficia a ciertos sectores económicos y políticos mientras las víctimas siguen acumulándose.
El tráfico de armas hacia México es un problema que requiere una solución binacional seria, basada en la cooperación y en medidas efectivas como el fortalecimiento de los controles de venta de armas en Estados Unidos. Pero mientras Trump y sus aliados prioricen las ganancias sobre la seguridad, este problema seguirá siendo una herida abierta en la relación entre ambos países.
En lugar de discursos llenos de amenazas, Trump debería mirar hacia adentro y reconocer que la violencia que tanto critica tiene su origen en las mismas políticas y prácticas que él defiende. Mientras no lo haga, su retórica no será más que eso: palabras vacías que ocultan una indiferencia peligrosa hacia el sufrimiento humano.