Pos la crisis en el PAN se profundiza con la elección de Jorge Romero como presidente, una figura que llega cargada de un pesado lastre: las acusaciones que lo vinculan con el llamado «Cártel Inmobiliario» de la Ciudad de México. Los señalamientos no vienen solo de la oposición; es un ex presidente panista, Felipe Calderón, quien también ha narrado en su propio libro cómo este grupo operaba de manera turbia en Benito Juárez. Calderón no es un aliado del gobierno actual, lo cual da peso a sus palabras, que son duras y reveladoras.
La elección de Romero no representa una renovación, sino un retorno a viejas prácticas. Claudia Sheinbaum lo subrayó en su conferencia: «Es un grupo conocido, con esquemas de corrupción», recordó. Y las evidencias hablan por sí solas. La Fiscalía capitalina, durante la gestión de Ernestina Godoy, destapó cómo, tras la explosión de un edificio, se descubrieron departamentos ilegalmente construidos y registrados bajo el mismo nombre.
Una estructura de corrupción que dañó a los ciudadanos comunes, quienes no podían ni escriturar sus propiedades porque estos pisos extra, por los que habían pagado, eran legalmente inexistentes.
Resulta y resalta que esta elección en el PAN ahonda la crisis del partido en lugar de aliviarla. La imagen de la agrupación política más importante de la oposición se desmorona, no solo por la falta de una propuesta contundente, sino porque ahora arrastra la sospecha de corrupción a nivel nacional. Se trata de un liderazgo que, lejos de inspirar confianza, genera preguntas: ¿Cómo podrá un partido desgastado y sin unidad enfrentar los retos de una oposición digna en un país donde la política está marcada por la polarización?
Romero llega a la dirigencia nacional en un contexto en el que los propios empresarios han señalado el modus operandi de su grupo. Estas prácticas involucran pagos a cambio de permisos para construir pisos de más, un esquema que funcionaba en la alcaldía Benito Juárez, donde Romero ejerció un poder notable. La corrupción, en este caso, no es una abstracción; es un golpe directo a la vida de miles de ciudadanos afectados por la especulación y la negligencia.
Sheinbaum también destacó otro episodio inquietante: la disputa por los fondos de reconstrucción tras el sismo de 2017, en la que Romero y otros diputados locales buscaron beneficiarse del desastre. Si este es el legado que el PAN decide proyectar, la pregunta inevitable es: ¿qué futuro puede tener un partido que parece no haber aprendido de sus errores? La narrativa de la regeneración se convierte en una quimera, y el riesgo de autodestrucción es latente.
El próximo presidente del PAN recibe un partido dividido, con voces como la de Adriana Dávila denunciando la falta de legitimidad en el proceso interno. Y aunque el gobierno federal, a través de Rosa Icela Rodríguez, buscará mantener un canal de diálogo con Acción Nacional, la pregunta sigue siendo cómo logrará Romero reconstruir la credibilidad perdida. Cuando las bases partidistas están fracturadas y el nombre de la dirigencia está manchado por escándalos, la misión parece imposible.
El blanquiazul necesita más que una figura fuerte; requiere un liderazgo capaz de convocar y sanar heridas internas. Sin embargo, con Jorge Romero, la percepción es que el PAN ha optado por la ruta de la corrupción institucionalizada, lo cual deja a millones de mexicanos con la amarga impresión de que, en la política, todo cambia para que nada cambie.
Por eso somos los rompenueces.