Donald Trump ha reforzado su discurso favorito, ese de que el enemigo es interno y no externo, es decir, el inmigrante. Bajo una cruzada que él llama “remigración”, se han desplegado marines y Guardia Nacional en ciudades como Los Ángeles, donde se realizan redadas masivas con el pretexto de proteger a “los verdaderos estadounidenses” de “criminales extranjeros”.
Paradójicamente, hace apenas unos días, Trump reconoció que estas redadas están provocando escasez de mano de obra en sectores clave como la agricultura, la hotelería y la construcción. Las cifras son contundentes porque más del 40 % de los trabajadores agrícolas en EE. UU. son indocumentados. En la industria de servicios, son millones los que sostienen los engranajes del consumo. Deportarlos equivale a dispararse en el pie.
Pero esta contradicción no es un error: es una estrategia. Mientras los medios cubren cada redada, cada declaración incendiaria, en el extranjero ocurre lo verdaderamente atroz. En Gaza, continúan los bombardeos indiscriminados sobre población civil. En Irán, el reciente ataque israelí ha provocado una nueva escalada militar. ¿Y Estados Unidos? Mira hacia otro lado. O peor: calla.
La maquinaria de guerra sigue activa, ya que las bombas caen mientras Trump asegura que “los héroes” están en ICE, no en la diplomacia. La política migratoria interna se ha convertido en espectáculo para distraer del horror internacional. Se castiga al jornalero mexicano mientras se financia la devastación de ciudades enteras a miles de kilómetros.
En este nuevo mandato, Trump repite el guión, pero más radicalizado: menos legalidad, más brutalidad. La Corte Suprema, aliada, le allana el camino; gobernadores como Ron DeSantis celebran leyes que permiten atropellar manifestantes; y los medios conservadores aplauden la “restauración del orden”.
Todo mientras Gaza sangra, mientras Irán arde, mientras la comunidad internacional permanece muda.
No se trata solo de inmigración. Se trata de cómo se fabrica un enemigo para justificar lo injustificable. Se construyen muros aquí, para permitir la demolición allá. Trump ofrece espectáculos de fuerza para que no miremos las matanzas reales.
Y nosotros, ¿hasta cuándo aceptaremos esta farsa? Por eso somos los rompenueces.