Pos, ¿cómo ven? El mundo avanza hacia un reordenamiento económico en el que China marca nuevas reglas del juego, Europa fortalece sus lazos comerciales y América Latina busca autonomía en sus decisiones financieras. Mientras tanto, Donald Trump, de regreso en la Casa Blanca, parece empeñado en sumergir a Estados Unidos en una nueva era de proteccionismo descontrolado, disfrazado de “grandeza nacional”. Su estrategia económica, lejos de fortalecer a su país, amenaza con acelerar su declive en el liderazgo global.
Desde su primer mandato, Trump mostró su desprecio por el multilateralismo y las instituciones internacionales. Ahora, en su regreso al poder, ha redoblado su ofensiva contra organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Su decisión de apartar a Estados Unidos de estas instancias no solo lo aísla del resto del mundo, sino que también debilita la capacidad de su propia nación para influir en las decisiones globales.
Dicen los especialistas que la política económica de Trump no es solo proteccionismo, sino la implantación de un «supremacismo blanco patriarcal» en una nación donde la mitad de la población tiene orígenes africanos, latinos o asiáticos. Esto se refleja en su política migratoria, que ha reactivado las amenazas de deportaciones masivas y el endurecimiento de las leyes contra migrantes, apostando por un clima de miedo que incentiva las autodeportaciones.
Pero si bien Trump pretende revivir una versión del imperialismo estadounidense de hace más de un siglo, su estrategia económica está marcada por el caos más que por la visión. Mientras China firma acuerdos comerciales estratégicos con naciones de Asia, África y América Latina, Estados Unidos se dedica a imponer aranceles, desmantelar instituciones y generar incertidumbre. La obsesión por el proteccionismo no solo afecta las relaciones con aliados históricos, sino que también impacta a la industria y el comercio interno.
Resulta y resalta que un claro ejemplo es el sector tecnológico, donde las restricciones a empresas chinas como Huawei han tenido consecuencias inesperadas: en lugar de debilitar a China, han incentivado a sus compañías a desarrollar su propia tecnología, reduciendo su dependencia de Estados Unidos. Mientras tanto, Silicon Valley enfrenta dificultades en su expansión internacional debido a las tensiones comerciales con Asia y Europa.
El problema central de la política económica de Trump no es su insistencia en el «América Primero», sino la falta de una estrategia coherente que vaya más allá de discursos incendiarios y medidas aisladas. La salida de organismos multilaterales y la imposición de aranceles no fortalecen a Estados Unidos, sino que lo aíslan. Su idea de que el comercio internacional debe ser una guerra de suma cero lo deja mal parado frente a potencias emergentes que han entendido que la cooperación es clave en la economía global.
Además, la inestabilidad que genera su administración tiene un impacto directo en los mercados financieros. La incertidumbre respecto a la relación con México y Canadá ha hecho temblar el T-MEC, mientras que los inversionistas internacionales dudan de la viabilidad de hacer negocios en un país que cambia las reglas del juego según los caprichos de su presidente.
En el ámbito interno, Trump ha emprendido un ataque contra el aparato gubernamental que mantiene el equilibrio en Estados Unidos. Su amenaza de desmantelar la CIA y otras instituciones clave es un reflejo de su desprecio por los contrapesos democráticos. La oligarquía que critica Ugarteche no solo se mantiene, sino que se fortalece bajo un gobierno donde las decisiones responden más a los intereses de un reducido grupo empresarial que a las necesidades de la población.
Ansina que conceptos como imperialismo, crisis y soberanía, que parecían superados, hoy regresan para describir el caos que vive Estados Unidos. Trump juega con la retórica del poder absoluto, pero la realidad es que su país ha perdido la hegemonía indiscutible que ostentaba en el siglo XX.
En su afán de devolverle la «grandeza» a Estados Unidos, Trump podría estar acelerando su declive como potencia dominante. Su modelo económico se basa en la confrontación y el aislamiento, en un mundo donde la interconectividad y la cooperación son claves para el desarrollo. Y aunque su discurso pueda ser popular entre ciertos sectores internos, la historia ha demostrado que el proteccionismo extremo y la política del miedo tienen un costo elevado.
Estados Unidos está en una encrucijada, seguir el camino de la innovación y la cooperación global, o encerrarse en un nacionalismo económico que lo aleja de las dinámicas del siglo XXI. Trump ya ha dejado claro cuál es su elección, pero la pregunta es: ¿está Estados Unidos preparado para pagar el precio de sus caprichos?
Por eso somos los rompenueces.