Pos, ¿qué creen? Por más que uno quiera mantener la calma, hay asuntos que nos tocan la sangre. El intento del Congreso estadounidense por gravar las remesas enviadas por nuestros paisanos no es sólo un atentado económico, es una bofetada moral. Desde esta tribuna lo digo claro: el gobierno mexicano no debe quedarse en la diplomacia tibia ni en la protesta simbólica; debe movilizarse, ejercer presión multilateral y si es necesario, encabezar un movimiento binacional para frenar esta injusticia.
Aplaudimos la determinación de la presidenta Claudia Sheinbaum cuando afirmó que “si es necesario, nos vamos a movilizar”. No es un arrebato, es una necesidad. Porque lo que hoy se plantea al otro lado del Río Bravo no es una simple política tributaria, es una agresión directa a millones de trabajadores mexicanos que, con jornadas extenuantes y salarios precarios, sostienen a sus familias en México. Se les quiere cobrar dos veces por el mismo esfuerzo: una cuando pagan impuestos en Estados Unidos, y otra cuando envían lo que les queda de vuelta a casa.
¿Puede haber algo más injusto? Sí: que lo permitamos en silencio.
Los 63 mil millones de dólares que México recibió en remesas el año pasado no sólo son cifras; son renta, alimentación, medicina y educación para millones de hogares en Oaxaca, Michoacán, Guerrero y muchos estados más. Son el fruto del sacrificio de nuestros hermanos migrantes. Gravarlas sería, literalmente, quitarle el pan de la boca a los hijos del trabajador que se rompió la espalda recogiendo cosechas en California.
Hay quienes argumentan que es una decisión soberana del Congreso de Estados Unidos. Lo es, sin duda. Pero también es legítimo y urgente que México utilice todos los canales institucionales, diplomáticos y políticos para defender a su gente. La Secretaría de Relaciones Exteriores, el embajador Esteban Moctezuma y la Cancillería están cumpliendo con su deber, sí, pero no basta con argumentos jurídicos sobre la inconstitucionalidad de esta medida. Necesitamos presión política, coordinación internacional y, sobre todo, el respaldo activo de nuestras comunidades migrantes, de la sociedad civil y del gobierno mexicano en su conjunto.
Y es que lo que está en juego aquí no es un tema menor, pues estamos hablando del riesgo de empujar a los migrantes a sistemas de envío clandestinos, inseguros y no auditables, con todo el peligro que ello implica. Estamos hablando de abrir una brecha más profunda entre los pueblos, de socavar la confianza en un tratado comercial como el T-MEC y de violar, de forma abierta, los derechos humanos de quienes ya son, de por sí, los más vulnerables.
Celebramos que todos los partidos políticos en México se hayan unido en el Senado para expresar su rechazo. Que se haya enviado una carta al Congreso estadounidense. Que se esté buscando una reunión urgente con sus líderes. Pero si esa puerta se cierra, no podemos aceptar un portazo como si nada. Si Washington no escucha por las buenas, deberá escuchar la indignación de millones.
Es momento de convocar a una acción diplomática regional. India, Guatemala, Honduras, El Salvador, República Dominicana… todos estos países también verían afectadas sus economías familiares por esta medida. México debe liderar esta causa, no solo por su peso económico, sino por su dignidad.
Y sí, debemos prepararnos para algo más grande. Una movilización en ambos lados de la frontera, con organizaciones migrantes, sindicatos, iglesias, comunidades, consulados y legisladores sensibles a esta causa. Que los Estados Unidos entiendan que no se puede construir prosperidad sobre la espalda del migrante pobre.
El gobierno de Estados Unidos busca ingresos para paliar su déficit. Que los busquen, pero no entre los que menos tienen. No a costa de nuestras remesas. No de esa forma. Porque si lo hacen, lo único que van a recaudar es desprecio, resistencia y, ojalá, una derrota legislativa rotunda.
No lo permitamos. No esta vez. Nos toca defender lo nuestro. Y eso empieza por defender a nuestra gente allá. Porque aunque estén lejos, son el corazón que late fuerte en este lado del mundo.
Por eso somos los rompenueces.