Pos Donald Trump ha regresado a la Casa Blanca, pero lo que parece haberse disparado, más allá del optimismo de Wall Street, es la fortuna personal del magnate convertido en presidente. En tan solo una semana, la capitalización de mercado de cerca de 10 empresas clave de los sectores de comunicación, salud, industria y tecnología creció en aproximadamente 500 mil millones de dólares, un monto equivalente a la anunciada inversión privada para el desarrollo de infraestructura de inteligencia artificial denominada «Stargate». Este proyecto, publicitado como una iniciativa revolucionaria, parece ser también un lucrativo trampolín para el propio Trump y su círculo cercano.
Y es que las cifras son impactantes: empresas como Meta, Google, Netflix, Nvidia y Oracle alcanzaron nuevos máximos históricos en sus valores de mercado, mientras que sectores como la salud y la industria también vieron un impulso notable. Meta creció 5.7%, Google 2.2% y Netflix un asombroso 13.9%, por mencionar algunos. Y aunque los mercados financieros siempre han sido sensibles a cambios políticos, el nivel de crecimiento observado en esta «nueva era Trump» plantea preguntas incómodas sobre cómo la política y los negocios del presidente parecen caminar de la mano.
Trump no ha ocultado nunca su inclinación a aprovechar cualquier oportunidad para su beneficio personal. Tres días antes de asumir la presidencia, lanzó una criptomoneda de meme que, en sus primeros días, disparó su valor a 75 dólares por unidad, generando una fortuna potencial de hasta 50 mil millones de dólares en papel. Aunque el precio de la moneda cayó posteriormente a 28 dólares, el mensaje es claro: todo, absolutamente todo, puede ser monetizado bajo el sello Trump. Su esposa, Melania, también ha entrado al juego, vendiendo derechos para una película biográfica a Amazon por 40 millones de dólares, mientras que los negocios de bienes raíces y hoteles de la familia no muestran intención alguna de cesar sus operaciones internacionales.
Este comportamiento, que en cualquier otro contexto podría ser catalogado como conflicto de intereses, parece haberse normalizado en el ecosistema político estadounidense. Liz Hoffman, escribiendo para Semafor, lo describe como un «bazar al aire libre» donde todo está a la venta. Y es que Trump no opera en las sombras; sus maniobras son públicas, descaradas y, sorprendentemente, celebradas por una parte significativa de su base de apoyo.
Resulta y resalta que el mercado de valores refleja este optimismo. La toma de posesión de Trump ha reducido la incertidumbre sobre las prioridades de su administración, lo que ha llevado al S&P 500 a un repunte de 1.74% en la primera semana de su mandato. Sin embargo, detrás de este crecimiento aparente, persisten dudas fundamentales. La Reserva Federal mantiene tasas de interés elevadas y no parece dispuesta a continuar con recortes, lo que podría enfriar el entusiasmo de los inversores en el mediano plazo. Además, el enfoque de Trump en desregular sectores clave y reducir impuestos puede tener implicaciones económicas y sociales que aún están por verse.
Lo que sí parece claro es que la presidencia de Trump es también un negocio familiar. Melania lanza criptomonedas y vende derechos cinematográficos, mientras que sus hijos expanden su imperio inmobiliario y hotelero. Esta dinámica plantea una pregunta fundamental: ¿hasta dónde es aceptable que un presidente utilice su posición para enriquecer su patrimonio personal? La periodista Nellie Bowles, en un ensayo para el Free Press, advierte que estamos entrando en una «era de estafas inimaginables», donde la corrupción se ha convertido en un espectáculo público.
Pero ésta no es solo una crítica moral; también es un llamado de atención a las implicaciones sistémicas de este modelo. Grandes empresas, atraídas por la posibilidad de influir directamente en Washington, están dispuestas a jugar el juego de Trump, lo que podría exacerbar las desigualdades económicas y sociales. Al final del día, el precio de esta «nueva era» podría ser pagado por quienes menos se benefician de ella.
La historia juzgará esta etapa como un punto de inflexión en la relación entre política y negocios en Estados Unidos. Por ahora, lo que parece seguro es que cuando Trump deje la Casa Blanca en cuatro años, lo hará más rico que nunca, y quizá también más poderoso. Pero ¿qué quedará para el resto del país? Esa es la verdadera pregunta que deberíamos hacernos.