Pos, ¿qué creen? A falta de votos, el PRI y el PAN invierten en maquillaje. Con las urnas aún lejanas —no habrá elección federal hasta 2027—, ambos partidos han decidido gastarse decenas de millones de pesos en algo que no se puede comprar: credibilidad. Lo hacen como quien intenta perfumar un cadáver, con campañas de reposicionamiento y «rebranding» que suenan más a desesperación que a estrategia.
Y es que el PRI, en una jugada que retrata con claridad su desconexión con el México actual, firmó en marzo un contrato por más de 20 millones de pesos con la empresa Veintiuno Doce Consultoría Estratégica. El objetivo: una campaña para “posicionar la marca PRI”, como si los escándalos de corrupción, la represión del pasado y los saqueos del erario fueran simples problemas de marketing. Lo más revelador es que, aunque se reportó el gasto en la Plataforma Nacional de Transparencia, el contrato no fue difundido. ¿Qué esconden? ¿Una narrativa reciclada? ¿El rostro de siempre con un nuevo eslogan?
Pero eso no fue todo. A inicios de 2025, el PRI desembolsó otros 7.7 millones en asesorías con Especialistas en Multimedia, y un millón más en producción de eventos y artículos publicitarios. Nada nuevo: más dinero público para discursos vacíos, banderines con logotipos que nadie quiere agitar y escenarios para figuras políticas que provocan más pena que esperanza.
El PAN, por su parte, no se queda atrás en esta feria de espejismos. En el primer trimestre del año pagó 1.7 millones de pesos por el “reposicionamiento de marca” con Pat Promotora de Arte y Turismo. En vez de preguntarse por qué su proyecto político está estancado, se dedican a hacer focus groups, a diagnosticar “el estado de la marca”, como si su principal problema fuera de imagen y no de fondo. Hablan de “escuchar socialmente”, como si un focus group pudiera devolverles la cercanía con el pueblo que perdieron hace décadas.
Resulta y resalta que lo verdaderamente preocupante es que este gasto millonario proviene de prerrogativas, es decir, del dinero de los mexicanos. Ciudadanos que enfrentan carencias diarias ven cómo partidos sin propuestas ni visión dilapidan recursos públicos en intentos inútiles por lavarse la cara. Lo que no entienden —o no quieren aceptar— es que el descontento con ellos no se resuelve con nuevas tipografías o videos inspiracionales. El rechazo es profundo y tiene raíces en la historia de agravios que ambos partidos comparten: fraudes electorales, pactos de impunidad, políticas neoliberales devastadoras, violencia institucional.
La apuesta del PRI y el PAN por venderse como marcas revela una crisis existencial. Ya no son partidos con ideología o programa de nación. Son etiquetas vacías, productos sin consumidores, logotipos sin alma. Por más que inviertan en reposicionarse, la gente los recuerda por lo que hicieron (o no hicieron) cuando estuvieron en el poder. Y eso no se borra con Photoshop.
Mientras Morena consolida un movimiento social con base en programas sociales, cercanía con la gente y una narrativa de transformación, el PRIan se refugia en agencias de publicidad. Es la batalla entre un proyecto de país y una marca en decadencia. Y aunque el dinero abunde para las campañas del olvido, el pueblo de México tiene memoria.
La historia reciente nos ha enseñado que los partidos tradicionales ya no emocionan ni despiertan confianza. Por más campañas que lancen, por más jingles que repitan, por más creativos que contraten, no podrán maquillar el hartazgo. Porque, al final, la dignidad no se compra. Y México ya decidió mirar hacia otro rumbo.
Por eso somos los rompenueces.