El último informe de AMLO: Continúa la 4T

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Pos ayer en un Zócalo rebosante de emociones, donde la historia y el presente se encontraron en un punto de inflexión, Andrés Manuel López Obrador, el presidente que dividió opiniones como pocos, presentó su sexto y último Informe de Gobierno. Ayer, entre vítores y lágrimas de aquellos que lo apoyaron desde el inicio, AMLO reafirmó lo que ha sido el núcleo de su gestión: un gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo. Y es que, aunque sus políticas no fueron bien vistas por sectores conservadores y algunos grupos empresariales, lo que es innegable es el enfoque con el que se comprometió a mejorar las condiciones de vida de los más vulnerables de México.

“Gracias, gracias de corazón”, expresó un emocionado López Obrador, al iniciar su discurso en la plaza pública más icónica del país. “Me retiro con el orgullo y el honor de haber servido a un pueblo bueno, trabajador, inteligente, fraterno, heredero de grandes virtudes y valores de los antiguos mexicanos”. Con estas palabras, el mandatario dejó claro que su legado se cimenta en su profunda conexión con los sectores más desprotegidos de la sociedad.

Durante estos seis años, la narrativa de su gobierno se basó en un principio fundamental: la inclusión de aquellos que históricamente habían sido excluidos. AMLO fue enfático en que, bajo su liderazgo, “se hizo mucho, entre todos y desde abajo”. Su administración, caracterizada por la implementación de programas sociales masivos, tuvo como objetivo central la redistribución de la riqueza y el empoderamiento de las comunidades más marginadas.

López Obrador siempre tuvo claro que su misión no era la de agradar a las élites, sino la de construir una “patria nueva, generosa y eterna”, donde los olvidados del neoliberalismo pudieran finalmente ser vistos y escuchados. En cada decisión, en cada política implementada, se percibió una inclinación a favor de los pobres, de aquellos que la historia había relegado a los márgenes.

Su compromiso con los sectores vulnerables quedó plasmado en la creación de programas como “Sembrando Vida”, “Jóvenes Construyendo el Futuro” y “Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores”. Estos programas, que fueron tachados de populistas por sus detractores, no son más que el reflejo de una filosofía que ve en la intervención estatal un medio necesario para corregir las injusticias estructurales.

No es sorpresa que un enfoque tan marcadamente popular y socialista haya encontrado resistencia en ciertos sectores de la sociedad. Los conservadores, con su arraigada desconfianza hacia el Estado, vieron en AMLO una amenaza a sus intereses y estilo de vida. Para ellos, las políticas redistributivas de su administración no eran más que un retroceso hacia un modelo económico estatista, que desincentivaba la inversión y la creación de riqueza.

Los empresarios, por su parte, no pudieron evitar ver con recelo las decisiones de un presidente que, desde el inicio, se propuso separar el poder económico del poder político. AMLO lo expresó sin rodeos: “En mi mandato quedó de manifiesto la imperiosa necesidad de que el gobierno represente a todas y a todos, a ricos y a pobres”. Esta afirmación, que podría sonar inclusiva y equitativa, fue percibida por algunos como una declaración de guerra contra el statu quo.

La implementación de políticas como la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) en Texcoco, o la reforma energética que buscaba devolver al Estado el control de los recursos naturales, solo alimentó el descontento entre la clase empresarial. Sin embargo, para López Obrador, estos eran pasos necesarios para desmantelar un sistema que, durante décadas, había favorecido a unos pocos a costa de muchos.

“Nunca nos divorciamos del pueblo”, afirmó el mandatario, subrayando que su gobierno, a diferencia de anteriores administraciones, no se doblegó ante “recetas, modelos o agendas impuestas por organismos financieros internacionales, o por poderes hegemónicos de cualquier signo político o ideológico”. Esta postura, aunque admirable para sus seguidores, fue vista por otros como una peligrosa muestra de autoritarismo y aislamiento en un mundo globalizado.

Frente a una multitud que lo aclamaba, López Obrador destacó que uno de los mayores logros de su administración fue la creación de una nueva política basada en el “humanismo mexicano”. Este concepto, que en esencia implica “reconocer y atender a los de abajo, quienes permanecían olvidados y humillados”, se convirtió en el sello distintivo de su sexenio.

Este humanismo no solo se reflejó en los programas sociales, sino también en la forma en que su gobierno gestionó crisis como la pandemia de COVID-19. Mientras otros países optaron por políticas de austeridad, México, bajo el liderazgo de AMLO, amplió la red de protección social, demostrando que era posible enfrentar la adversidad sin abandonar a los más necesitados.

Pero no todo fue color de rosa. El presidente reconoció que, a pesar de los avances, “todavía es notorio el atraso que padecemos por el largo y tormentoso periodo en que el gobierno estuvo en manos de oligarcas insensibles”. Con esta declaración, AMLO dejó claro que, aunque su administración logró sentar las bases para un México más justo, el camino hacia la equidad y la justicia aún está lejos de completarse.

El cierre de su discurso estuvo marcado por una mezcla de nostalgia y esperanza. Nostalgia por el fin de un ciclo, pero también esperanza en la continuidad de su proyecto bajo el liderazgo de Claudia Sheinbaum. AMLO expresó su satisfacción al entregar la estafeta a una mujer que, según él, representa la continuación de la Cuarta Transformación.

“Quiero confesar aquí, desde la principal plaza pública de México, donde tantas veces nos concentramos durante nuestra lucha por la justicia y la democracia: me voy a jubilar con la conciencia tranquila y muy contento”, dijo el presidente, visiblemente emocionado. Su retiro, sin embargo, no significa el fin de su influencia en la política mexicana. AMLO deja un legado que seguirá resonando en las decisiones del futuro, un legado que se caracteriza por su compromiso con los más vulnerables y su resistencia a las presiones de los poderes fácticos.

En su despedida, López Obrador recordó que hace seis años inició su gobierno con la firme convicción de transformar a México desde sus cimientos. “Me voy tranquilo porque se entregará la banda presidencial a Sheinbaum Pardo”, concluyó, dejando claro que, aunque su tiempo en el poder ha terminado, la lucha por un México más justo apenas comienza.

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