¿Está en sus cabales Donald Trump?

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Pos, ¿qué creen? Por momentos, Donald Trump no parece un presidente que quiere dejar un buen legado en su país, más bien parece un hombre atrapado en sus delirios de grandeza y guerra. En las últimas horas, en plena cumbre de la OTAN, no solo volvió a alardear de un ataque militar contra Irán —cuyos efectos reales son dudosos—, sino que comparó dicha operación con los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, uno de los crímenes más letales del siglo XX. ¿Estamos ante una estrategia diplomática o ante la peligrosa megalomanía de un líder en caída libre?

Y es que Trump aseguró que el bombardeo “destruyó” el programa nuclear de Teherán y lo retrasó décadas. La inteligencia filtrada contradice su euforia: apenas se habla de daños graves en tres instalaciones, sin que ello implique el colapso del programa atómico iraní. Pero al expresidente eso poco parece importarle. En su lógica, los hechos no son necesarios cuando él puede sustituirlos con frases lapidarias: “Fue un gran honor para mí destruir todas las instalaciones nucleares, y luego, ¡detener la guerra!”

La narrativa suena gloriosa… hasta que uno recuerda que no hay confirmación de esa victoria, que el conflicto en Medio Oriente sigue vivo, y que con cada palabra, Trump convierte la diplomacia internacional en un espectáculo de arrogancia e irrealidad.

Pero lo más alarmante no fue lo dicho sobre Irán, sino su amenaza directa contra España. Porque cuando un aspirante presidencial amenaza con represalias comerciales a uno de sus aliados históricos por no gastar el 5% de su PIB en defensa —una cifra irracional incluso en términos estadounidenses—, lo que está en juego no es solo un diferendo político: es la estabilidad global.

España, con un modelo social europeo basado en la inversión en educación, salud y bienestar, ha explicado que su propuesta de gasto militar (2.1% del PIB) es suficiente y coherente con sus obligaciones. Trump, sin embargo, lo califica de “terrible” y amenaza con duplicar los aranceles como castigo. ¿Desde cuándo se castiga a un país soberano por ejercer su autonomía presupuestaria? ¿Desde cuándo las relaciones internacionales se manejan como extorsiones?

Trump se jacta de ser el negociador supremo. Pero lo que se transparenta en sus palabras es otra cosa: un desprecio por los consensos multilaterales, una visión infantil del poder y una peligrosa inclinación por la intimidación. Si eso no es síntoma de una pérdida de cordura, lo parece.

Es preocupante que en medio de tensiones geopolíticas crecientes, la política exterior de uno de los países más influyentes del mundo esté guiada por frases impulsivas, desmentidas por los propios informes de inteligencia. Peor aún, que su ego le impida distinguir entre un acto militar y una masacre histórica. Comparar el bombardeo sobre Irán con Hiroshima y Nagasaki no solo es una aberración histórica: es una afrenta a las víctimas y un anuncio velado de que estaría dispuesto a repetirlo.

En tiempos normales, estas declaraciones serían vistas como desvaríos de un político retirado. Pero en la era Trump, nada puede descartarse. Y si algo ha quedado claro esta semana es que, cuando el expresidente habla, el mundo debe preocuparse… no solo por lo que dice, sino por lo que podría llegar a hacer si alguien no detiene su retórica incendiaria.

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