Falta mucho por hacer contra la violencia a la mujer

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Pos, ¿qué creen? Treinta años después de que los líderes mundiales adoptaran la histórica Plataforma de Acción de la Conferencia de Beijing en 1995, el informe más reciente de la Organización de Naciones Unidas (ONU) revela una verdad alarmante: la lucha por la igualdad de género y la protección de los derechos de las mujeres sigue siendo un desafío monumental. A pesar de los avances que se han logrado en algunas áreas, la violencia de género, la discriminación y la falta de acceso a derechos fundamentales siguen siendo realidades devastadoras para millones de mujeres y niñas en todo el mundo.

Y es que el informe, publicado justo antes del Día Internacional de la Mujer, que se conmemora mañana sábado 8 de marzo, indica que los derechos de las mujeres están bajo ataque en todo el planeta. A nivel global, la violencia sexual relacionada con los conflictos ha aumentado en un 50 por ciento desde 2022, y, lo más desgarrador, cada 10 minutos una mujer o niña es asesinada por su pareja o un familiar. Estos datos reflejan la brutalidad con la que las mujeres continúan enfrentando situaciones de abuso, violencia y discriminación, incluso en países que en su momento se comprometieron con la causa de la igualdad de género.

En un mundo que ha avanzado en algunos aspectos, como el acceso a la educación para las niñas y la planificación familiar, no podemos ignorar que la desigualdad y la violencia persisten de manera alarmante. ONU Mujeres también destaca que, a pesar de los esfuerzos legales y de políticas públicas, la misoginia sigue ganando terreno, especialmente en un contexto en el que los derechos humanos de las mujeres parecen ser menospreciados. No basta con los discursos oficiales; la verdadera lucha exige acciones concretas y medidas más allá de las promesas.

Resulta y resalta que el contexto global es claro. En el informe, el Secretario General de la ONU, António Guterres, señaló que, lejos de avanzar hacia la integración de los derechos iguales, estamos presenciando una integración de la misoginia. Este es un panorama preocupante, donde la igualdad de género se encuentra, no solo estancada, sino amenazada. Esto no es un asunto de unos pocos países; es un problema que atraviesa fronteras, religiones, culturas y sistemas políticos. La misoginia, el machismo estructural, la violencia en sus diversas formas y la negación de los derechos humanos siguen siendo demasiado frecuentes, incluso en democracias avanzadas.

El contexto mexicano no es ajeno a esta triste realidad. En México, la violencia contra las mujeres sigue siendo una epidemia. Según las estadísticas oficiales, a diario son asesinadas decenas de mujeres, y muchas más son víctimas de violencia de género en sus hogares, en la calle, en sus trabajos y en los espacios públicos. La cultura patriarcal, arraigada en siglos de desigualdad, sigue influyendo en la vida diaria de las mujeres mexicanas. En este país, a pesar de los avances legislativos y de las reformas jurídicas que buscan proteger a las mujeres, el acceso real a la justicia sigue siendo limitado y muchas veces inalcanzable.

En 2023, México celebró el Año de la Mujer en honor a los logros alcanzados por la lucha feminista, pero al mismo tiempo, se hizo evidente que la batalla está lejos de ganar. Las cifras de feminicidios siguen siendo alarmantes, y los mecanismos de protección, aunque mejorados, no son suficientes para garantizar la seguridad de todas las mujeres en el territorio nacional. Además, el desdén institucional frente a las denuncias de violencia sigue siendo una constante: la revictimización, la indiferencia y la burocracia son solo algunas de las barreras que enfrentan las mujeres al intentar acceder a la justicia.

En este contexto, las promesas de los líderes políticos de erradicar la violencia contra las mujeres son solo palabras vacías si no se acompañan de cambios reales en el terreno de la política, la economía, la educación y el acceso a servicios de salud. A lo largo de los últimos años, se han implementado políticas públicas y marcos legales que abordan la violencia y la discriminación de género, pero es claro que aún falta mucho por hacer. La declaración histórica adoptada en la Conferencia de Beijing en 1995 exigía acciones audaces en áreas clave como la lucha contra la pobreza, la violencia de género, la participación de las mujeres en posiciones de liderazgo y la autonomía sobre sus cuerpos y sexualidad. Sin embargo, tres décadas después, los avances son irregulares y, en algunos casos, se han dado pasos atrás.

El informe de la ONU resalta que solo el 87 de los 193 países miembros han sido liderados alguna vez por una mujer. Esto muestra la falta de representación femenina en las esferas políticas y económicas más poderosas del mundo, lo que limita la posibilidad de tomar decisiones que incluyan las perspectivas y necesidades de las mujeres. La paridad de género sigue siendo una utopía en muchas partes del mundo, y la representación en cargos de poder sigue siendo insuficiente para generar cambios estructurales significativos.

En México, la brecha de género es igualmente profunda. Aunque se ha logrado un avance significativo en el acceso de las mujeres a la política, con la paridad en los cargos legislativos, la realidad es que las mujeres siguen siendo subrepresentadas en los más altos niveles del gobierno y la economía. Además, las mujeres indígenas, las rurales, las afrodescendientes y las migrantes enfrentan aún más obstáculos para acceder a los mismos derechos y oportunidades que las mujeres urbanas y de clases medias. Esta discriminación múltiple es un recordatorio de que la lucha feminista debe ser inclusiva y abarcar todas las formas de opresión.

El desafío que enfrentamos hoy es claro: no basta con leyes que prohíban la violencia o que busquen la igualdad de género si no se implementan medidas efectivas, accesibles y tangibles para las mujeres en todos los rincones del mundo. Necesitamos una acción global que no se quede en discursos vacíos, sino que sea respaldada por políticas públicas eficaces, recursos financieros suficientes y una verdadera voluntad política de transformar las estructuras patriarcales que continúan opacando el futuro de las mujeres.

El informe de la ONU nos deja una lección importante: la lucha por los derechos de las mujeres no está ganada. Necesitamos más que un compromiso superficial; necesitamos una transformación profunda de nuestras sociedades. Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no debemos solo reflexionar sobre los logros, sino exigir a nuestros gobiernos y líderes mundiales que cumplan con su deber de garantizar una vida libre de violencia y discriminación para todas las mujeres y niñas del mundo.

Por eso somos los rompenueces.

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