La brecha que se reduce, pero no se cierra

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Pos, ¿qué creen? En el México del periodo neoliberal, la brecha salarial entre mujeres y hombres parecía un mal endémico, una desigualdad tan normalizada que ni siquiera se discutía en serio en las mesas de poder. Hoy, en pleno 2025, los datos muestran un avance: la diferencia de ingresos entre hombres y mujeres ha disminuido respecto a hace seis años. El retroceso ya no es la norma, pero la meta está lejos de alcanzarse.

De acuerdo con cifras del Inegi retomadas por BBVA, mientras un hombre percibe en promedio 6 mil 305 pesos, una mujer obtiene 5 mil 50, es decir, casi 20 por ciento menos. La cifra es dura, pero menos dolorosa si la comparamos con la del 2019, cuando la diferencia alcanzaba 22.3 por ciento. No es poca cosa: cada punto que se recorta a esa brecha significa cientos de miles de mujeres que logran acercarse a un ingreso más justo.

Resulta y resalta que el problema es que detrás de esa mejoría persiste un lastre histórico: las labores de cuidado. Dos terceras partes de las mujeres que no participan en el mercado laboral aseguran que no lo hacen porque deben encargarse del hogar. Esa es la verdadera muralla invisible que se levanta entre ellas y la igualdad plena: no basta con tener estudios, experiencia o disposición, si el Estado y la sociedad no garantizan un sistema nacional de cuidados que libere tiempo y oportunidades.

El panorama revela también la crudeza de las desigualdades según el nivel educativo. Mientras una mujer con doctorado percibe apenas 2 por ciento menos que un hombre con el mismo grado, aquellas que no terminaron la primaria reciben casi 30 por ciento menos. Y, aún más dramático, una mujer con estudios de preescolar gana 42 por ciento menos que su par masculino. La educación, otra vez, aparece como llave maestra para abrir las puertas de la equidad.

Y es que la maternidad añade otra capa compleja. Contra la intuición, no siempre significa menor ingreso respecto a quienes no tienen hijos. El dato rompe con estereotipos, pero no elimina la raíz del problema: la desigualdad estructural que sigue condicionando el desarrollo profesional y económico de las mujeres.

Sí, se ha avanzado. El dato de 2025 no es el mismo que en 2019 y menos aún que en los años oscuros de la lógica neoliberal, cuando la equidad de género se usaba como discurso vacío mientras la brecha seguía ensanchándose. Pero hoy la realidad exige ir más allá de celebrar porcentajes. Lo que se requiere es una política pública decidida que coloque el cuidado en el centro de la agenda, que reconozca y valore el trabajo invisible de millones de mujeres y que permita, de una vez por todas, que la justicia salarial deje de ser un horizonte y se convierta en un presente.

La brecha disminuye, pero no se cierra. Y hasta que no lo haga, la igualdad seguirá siendo una deuda pendiente de este país.

Por eso somos los rompenueces.

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