Pos como bien sabemos, desde hace tiempo las relaciones entre México y Estados Unidos han estado marcadas por una aparente colaboración en temas de seguridad y comercio. Sin embargo, detrás de los discursos oficiales y los tratados bilaterales, emerge una realidad inquietante: una conspiración sistemática que ha permitido el flujo incesante de armas de fuego estadounidenses hacia territorio mexicano, alimentando la violencia y el fortalecimiento de los cárteles.
El reciente informe de la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF, por sus siglas en inglés) es una confesión tácita de esta problemática. Según el documento, 74% de las armas recuperadas en crímenes en México entre 2017 y 2021 tienen origen estadounidense. Además, se estima que 200 mil armas cruzan ilegalmente la frontera anualmente. Esta cifra, más que un dato frío, es una declaración de guerra silenciosa, que ha dotado a los grupos criminales de un poder de fuego sin precedentes, convirtiendo a nuestro país en un campo de batalla.
Mientras el gobierno de Estados Unidos exige acciones contundentes contra el narcotráfico y amenaza con sanciones económicas o militares si no se controla el flujo de fentanilo hacia su territorio, ignora deliberadamente el papel que sus propias políticas de control de armas desempeñan en el problema. Este doble estándar no solo refleja una hipocresía alarmante, sino que también confirma una complicidad tácita en la perpetuación de la violencia en México.
Y es que las armas traficadas desde Estados Unidos no son simples artefactos. Muchas de ellas son de calibre .50 y superiores, capaces de perforar vehículos blindados y estructuras fortificadas. Estas herramientas de muerte no llegan a manos de los cárteles por accidente; son parte de una cadena productiva y comercial bien definida, que incluye fabricantes, distribuidores y traficantes que operan con plena conciencia de su destino final.
Resulta y resalta que el fiscal general Alejandro Gertz Manero lo señaló sin rodeos: existe una especie de conspiración para inundar a México con armas. Los datos lo respaldan. El sistema estadounidense para rastrear armas es tan obsoleto y lento que las solicitudes de información de las autoridades mexicanas pueden tardar meses en procesarse. Este retraso no es un mero fallo burocrático; es una barrera deliberada que favorece a los traficantes y dificulta cualquier esfuerzo efectivo para contener este flujo letal.
El operativo «Rápido y Furioso», implementado durante el sexenio de Felipe Calderón, es el ejemplo más emblemático de esta conspiración. Bajo el pretexto de rastrear armas hasta sus compradores finales, se permitió el ingreso de miles de piezas a México, muchas de las cuales terminaron en manos de los cárteles. Este operativo no solo fracasó rotundamente, sino que demostró la falta de interés de las autoridades estadounidenses en las consecuencias de sus políticas en territorio mexicano.
Mientras Estados Unidos se presenta como la víctima del narcotráfico, México sufre las consecuencias de un armamento que alimenta la violencia. La letalidad de los cárteles no sería posible sin el flujo constante de armas de alta potencia provenientes del norte. Esta relación desigual ha convertido a México en el patio trasero donde se libran las batallas de intereses económicos y políticos de Estados Unidos.
La llegada de Donald Trump a la presidencia vuelve a encender las alarmas. Bajo su administración anterior, quedó claro su desprecio por los acuerdos multilaterales y su visión beligerante hacia México. La pregunta no es si habrá más armas cruzando la frontera, sino cuántas y con qué consecuencias.
México debe exigir un compromiso real de Estados Unidos para frenar este flujo de armas. Las medidas deben incluir controles más estrictos en la venta y distribución de armas, así como la modernización de los sistemas de rastreo. Pero más allá de eso, es hora de que México deje de ser el socio sumiso en esta relación y demande un trato justo y equitativo.
Pos la conspiración contra México no es una teoría, pues; es una realidad respaldada por hechos y datos. La pregunta es: ¿cuánto tiempo más permitiremos que esta guerra silenciosa se libre en nuestro territorio antes de tomar una postura firme?
Por eso somos los rompenueces.