Pos, ¿qué creen? Por más que México quiera jugar a ser el niño aplicado del salón, con su cuaderno de tratados bajo el brazo y su sonrisa exportadora bien planchada, hay factores externos que lo sacuden como tormenta en alta mar. Esta vez, el huracán lleva nombre y apellido: Donald Trump. El regreso del magnate a la Casa Blanca no solo ha levantado cejas, sino aranceles, incertidumbre y, de paso, ha empujado a México al último lugar de la lista de destinos atractivos para la inversión extranjera directa.
De acuerdo con el índice de Kearney 2025, nuestro país descendió del puesto 21 al 25. No es solo un bajón de cuatro lugares: es un retroceso simbólico. Volvimos a entrar a la lista el año pasado, tras cuatro años de ausencia, como quien regresa a una fiesta exclusiva, y apenas dimos un sorbo al cóctel, nos mandaron a la mesa de la esquina. Sin hielo. Sin limón. Y con cara de «ahí viene tu ex».
Porque eso es lo que representa Trump para el mundo: un ex socio comercial tóxico que vuelve con más aranceles que promesas. A partir del miércoles, su administración impondrá un 104 por ciento de aranceles a productos chinos, y amenaza con subirlos otro 50 por ciento si Pekín se atreve a responder. Spoiler: ya respondió. China anunció un impuesto del 34 por ciento a productos estadounidenses. Así empieza otra guerra, no de balas, sino de cifras, que huele más a chantaje comercial que a diplomacia.
Y en medio del campo de batalla, México intenta bailar entre dos fuegos. El T-MEC, ese acuerdo firmado con tinta de optimismo, parece ahora un pacto de arena. Omar Troncoso, director de Kearney México, lo resume con cortesía ejecutiva: México sigue siendo atractivo por la reinversión de utilidades, pero las “condiciones externas” lo están golpeando. Traducido: Trump espanta capitales. Antes de su elección, el 84 por ciento de los inversionistas planeaba invertir en los próximos tres años. Ahora, nadie quiere siquiera hacer la encuesta.
Mientras Estados Unidos y Canadá ocupan los dos primeros lugares del índice (porque claro, uno impone reglas y el otro las acepta con sonrisa boreal), y el Reino Unido y Japón escalan posiciones como si no existiera un Brexit o una crisis demográfica, México se tambalea. Es como si la economía mundial fuera un juego de sillas musicales, y cuando la música para, siempre nos quedamos sin asiento.
Resulta y resalta que lo grave no es solo el descenso numérico. Es el mensaje: el mundo no confía en la estabilidad de nuestra vecindad. No porque seamos malos anfitriones, sino porque el vecino del norte anda lanzando piedras al otro lado del muro, y uno nunca sabe cuándo caerán en nuestro patio.
Hay quienes dirán que exageramos. Que siempre hemos vivido entre turbulencias y que el capital se adapta. Pero lo cierto es que ningún inversionista quiere apostar en un tablero donde las reglas cambian cada tuit presidencial. El proteccionismo de Trump es una bomba de tiempo para todos, pero en particular para los países que dependen de exportaciones para sobrevivir.
Así que aquí estamos, una vez más, mirando el horizonte con cara de «¿y ahora qué?». Porque cuando Estados Unidos estornuda, México no solo se resfría: entra en terapia intensiva financiera. Y la fiebre apenas comienza.
Por eso somos los rompenueces.