Pos, ¿qué creen? Donald Trump es un hombre de extremos. Su personalidad volátil, egocéntrica y manipuladora lo ha convertido en un político impredecible, capaz de insultar y adular a la misma persona en cuestión de horas si esto sirve a sus intereses. Esta vez, la protagonista de su juego es la presidenta de México, Claudia Sheinbaum. Primero la golpea con cuestionamientos sobre el papel de México en el tráfico de drogas, para luego casi mandarle flores al presentarla como inspiración de una campaña publicitaria millonaria contra el consumo de fentanilo. No hay coherencia en sus palabras, solo cálculo político.
Y es que durante la Cumbre de Prioridades de la FII en Miami, Trump reveló que sostuvo una conversación con Sheinbaum en la que, según él, fue implacable. Se jactó de no haber sido amable y de haber puesto en entredicho la postura de México en la lucha contra las drogas. Sin embargo, poco después, la describió como una «mujer maravillosa» y aseguró que fue ella quien le dio la idea de destinar 100 millones de dólares a una campaña publicitaria contra el consumo de drogas en Estados Unidos. Este cambio abrupto en su discurso no es un error, sino parte de su estrategia de manipulación.
Trump no es nuevo en este tipo de tácticas. Ya lo hizo con el expresidente Andrés Manuel López Obrador, a quien primero amenazó con devastadores aranceles si México no contenía la migración, para luego llamarlo «gran amigo» cuando se establecieron los acuerdos que le convenían. Su método es claro: primero infunde miedo, presiona y humilla, y luego otorga su aprobación a quien se pliega a sus exigencias. Ahora, intenta hacer lo mismo con Sheinbaum, moldeando la narrativa para presentar su propia agenda como una extensión de la cooperación mexicana.
Pero el problema de fondo no es su hipocresía, sino el peligro que representa su personalidad psicopática para la relación bilateral. Trump ve a México no como un socio, sino como una herramienta para sus fines políticos. Si en este momento le conviene elogiar a Sheinbaum porque le sirve para reforzar su postura sobre el combate a las drogas, lo hará. Sin embargo, en cualquier momento puede volver a atacarla si considera que necesita un enemigo externo para movilizar a su base electoral. Ya lo ha hecho antes y lo volverá a hacer.
Resulta y resalta que en su discurso, Trump aprovechó para alardear sobre sus supuestos logros en la lucha contra el fentanilo. Habló de acuerdos con China que, según él, detuvieron la producción de esta droga y de campañas que redujeron el consumo en Estados Unidos. Sin embargo, lo que omitió es que la crisis de los opioides sigue en aumento y que su retórica no ha aportado soluciones reales. Culpar a México por la epidemia de fentanilo es una estrategia conveniente para desviar la atención de la incapacidad estadounidense de abordar el problema desde su raíz: el consumo interno y la corrupción en su propio sistema de distribución de drogas.
Además, en su afán por construir una narrativa de éxito personal, Trump llega al extremo de afirmar que nunca ha aprendido nada de nadie. Su arrogancia es tal que incluso al reconocer la utilidad de una propuesta ajena, lo hace bajo la premisa de que él lo sabía todo de antemano. Esto es un claro reflejo de su narcisismo patológico, que lo lleva a reescribir la historia en función de su conveniencia.
Y es que el peligro para México radica en que esta no será la última vez que Trump utilice su relación con Sheinbaum como moneda de cambio. La ha integrado en su discurso porque ve en ella una pieza clave para sus negociaciones. Hoy la elogia, mañana podría acusarla de no hacer lo suficiente contra el tráfico de drogas o de ser «débil» ante el crimen organizado, si eso le ayuda a justificar nuevas medidas contra México. Ya ha demostrado que no tiene reparos en usar la amenaza de aranceles como mecanismo de presión y no sería sorprendente que vuelva a hacerlo si regresa a la Casa Blanca.
México debe estar preparado para enfrentar a un Trump en campaña y, potencialmente, en el poder. Su personalidad errática y su falta de escrúpulos lo hacen un negociador peligroso, que no distingue entre aliados y adversarios cuando se trata de obtener lo que quiere. La estrategia no puede ser la sumisión ni la complacencia, sino una defensa firme de la soberanía nacional y una política exterior que no se deje arrastrar por los vaivenes emocionales del magnate estadounidense. Porque hoy Sheinbaum es «maravillosa», pero mañana podría ser el nuevo blanco de sus ataques si la realidad ya no se ajusta a su narrativa electoral.
Por eso somos los rompenueces.