Pos desde Chiapas, una nueva caravana migrante comienza su travesía hacia el norte, trayendo consigo interrogantes que trascienden el debate migratorio habitual. En el amanecer de este jueves, alrededor de 1,500 personas provenientes de Centro y Sudamérica se congregaron en el Parque Bicentenario para iniciar su marcha, acompañados por rezos y la esperanza de un futuro más prometedor. Pero las preguntas persisten: ¿quién organiza estas caravanas? ¿Por qué aparecen con una frecuencia tan calculada y en momentos de alta tensión política internacional?
Esta es la décima caravana que cruza México desde el inicio de la administración de Claudia Sheinbaum. Coincide con un clima político enrarecido por las amenazas constantes de Donald Trump hacia México, acusando a nuestro país de ser un trampolín para el tráfico humano y de drogas. Su llegada a la Casa Blanca ha encendido las alarmas entre los migrantes, quienes temen un endurecimiento radical de las políticas migratorias en Estados Unidos. Su prisa por avanzar al norte refleja este miedo.
Y es que Luis García Villagrán, Coordinador del Centro de Dignificación Humana A.C., pidió a la presidenta Sheinbaum que facilite el traslado de los migrantes para evitar que mujeres y niños enfrenten las penurias de la marcha. Sin embargo, detrás de estas peticiones humanitarias resuenan teorías sobre intereses ocultos: ¿estas caravanas son genuinas expresiones de necesidad humana o instrumentos para presionar al gobierno mexicano en una coyuntura tan delicada?
Las especulaciones cobran fuerza. Por un lado, están quienes sugieren que actores políticos internacionales podrían estar alentando estos movimientos para desestabilizar a México. Por otro, se argumenta que las propias redes de tráfico humano ven en estas caravanas una oportunidad para disimular sus actividades bajo la cobertura de un fenómeno mediático y multitudinario. En ambos casos, el gobierno mexicano enfrenta un reto titánico para responder con humanidad, pero también con firmeza y soberanía.
Resulta y resalta que el caso de Gabriel Hernández, un joven hondureño de 25 años, refleja la complejidad de estas historias. Gabriel quiere reunirse con sus hermanas, una en el norte de México y otra en Estados Unidos, pero busca hacerlo de manera legal. Su aspiración es regularizarse en México si no consigue asilo en el vecino del norte. “Necesito papeles para trabajar y ayudar a mi madre”, dice. Su testimonio es un recordatorio de que detrás de las caravanas hay seres humanos con sueños y necesidades legítimas.
No obstante, la organización de estas caravanas en fechas estratégicas plantea dudas. La coincidencia con los reportes de medios estadounidenses, que en ocasiones refuerzan la narrativa de Trump sobre México como un país fallido, no puede ser ignorada.
The New York Times, por ejemplo, ha sido señalado por la administración de Sheinbaum por publicar información cuestionable sobre el fentanilo. Esta sincronía entre las caravanas y la cobertura mediática en Estados Unidos sugiere una campaña de presión cuidadosamente orquestada.
México no puede ceder. La soberanía nacional y la seguridad de nuestras fronteras deben prevalecer. Pero también es fundamental abordar las causas estructurales de la migración y ofrecer soluciones que equilibren la dignidad humana con el imperativo de proteger a nuestro país de injerencias externas. Mientras tanto, las caravanas continúan su marcha, dejando tras de sí un rastro de incertidumbre y reflexión sobre el papel que juega México en esta compleja narrativa global.
Por eso somos los rompenueces.