Pos, ¿qué creen? or momentos, uno pensaría que las noticias provienen de una distopía escrita por Orwell o de un archivo extraviado del Berlín de los años 30. Pero no: es el Estados Unidos del 2025, en el que agentes federales arrestan a funcionarios electos por ejercer su derecho —y su deber— de observar, cuestionar y defender los derechos de los más vulnerables.
Brad Lander, contralor de Nueva York y candidato a alcalde, fue detenido por ICE mientras asistía a audiencias migratorias. ¿Su “crimen”? Mostrar solidaridad con un inmigrante que enfrenta la deportación. Agentes enmascarados, sí, enmascarados, lo interceptaron como si se tratara de un terrorista, no de un servidor público en el ejercicio de su libertad cívica. Lo mismo ocurrió con el senador Alex Padilla, empujado al suelo y esposado como si por hacer preguntas se volviera una amenaza para la seguridad nacional. La escena recuerda más a la Alemania nazi que a la autoproclamada tierra de la libertad.
Y es que Llo grave no es solo el atropello individual, sino el patrón. A Brad Lander se suman el alcalde de Newark, Ras Baraka, la representante LaMonica McIver, e incluso la advertencia apenas velada del expresidente —ahora de nuevo en funciones— Donald Trump de que el gobernador Gavin Newsom debería ser arrestado. ¿El delito común de todos ellos? Oponerse pacíficamente al despliegue militar contra migrantes o exigir transparencia sobre centros de detención.
La Guardia Nacional y los marines patrullando ciudades como si fueran zonas de guerra, centros de detención que se llenan de voces disidentes y no solo de migrantes, y un discurso presidencial que tilda de traidores a quienes no aplauden su política migratoria. Todo esto no describe un país democrático, sino un régimen que utiliza la ley como garrote, el miedo como táctica y la fuerza como política.
Resulta y resalta que quienes hoy permanecen en silencio serán cómplices mañana. La historia ya ha contado esta historia antes, y no terminó bien. Lo que ocurre en Estados Unidos no es un simple exceso autoritario: es el síntoma de un fascismo que se organiza, que prueba hasta dónde puede avanzar sin encontrar resistencia. Y si no se le detiene ahora, la democracia se volverá una palabra vacía en los libros que nuestros hijos no leerán.
Lo que más estremece no es solo el uso de la fuerza, sino la normalización de estas prácticas autoritarias. Cuando un Estado comienza a detener a funcionarios electos, no por corrupción o crímenes reales, sino por cuestionar el uso desproporcionado del poder, se está quebrando el principio básico de la democracia: la división de poderes y el derecho a disentir. ¿Qué sigue? ¿Perseguir periodistas? ¿Declarar enemigos internos a quienes organizan protestas? La pendiente es tan pronunciada como peligrosa.
Y mientras tanto, la Casa Blanca guarda silencio. Las grandes cadenas de noticias titubean entre llamar a las cosas por su nombre o disfrazar los hechos bajo eufemismos. Pero el lenguaje importa. Lo que ocurre en Estados Unidos no es una “intensificación del control migratorio”; es una cruzada de corte fascista contra la oposición política y las voces críticas. Y no se combate con discursos tibios, sino con la firmeza de quienes entienden que la libertad no se negocia: se defiende, se ejerce y se extiende, incluso si eso implica ser arrestado por hacerlo.
