Pos, ¿qué creen? Hay algo profundamente revelador en la estrategia de Ricardo Salinas Pliego: ante la magnitud de sus deudas fiscales en México y sus litigios en Estados Unidos, prefiere convertir el problema en un pleito político. En lugar de asumir la responsabilidad de los más de 48 mil millones de pesos que debe al fisco mexicano, y de los 580 millones de dólares que arrastra en Nueva York, intenta presentarse como víctima de persecución.
Pero anina es que las deudas no son ideológicas. No son un asunto de derechas ni de izquierdas. Son compromisos financieros que se cumplen, porque así lo establece la ley. Como dijo la presidenta Claudia Sheinbaum: “las deudas no se politizan, se pagan. Así de sencillo”. Y tiene razón.
Resulta y resalta que el dueño de Grupo Salinas decidió acudir a Fox News para presentarse como un hombre asediado por el poder, olvidando convenientemente que dirige una televisora que a diario ataca al gobierno mexicano. Pretender dar lástima en Estados Unidos, cuando en ambos países mantiene cuentas pendientes, no es un acto de valentía sino de cinismo. Porque debe aquí, debe allá y debe acullá.
En México, la Suprema Corte de Justicia pronto revisará parte de su adeudo fiscal. En Estados Unidos, el juez Paul Gardephe le ordenó desistirse de las demandas que interpuso en tribunales mexicanos contra sus acreedores. El contrato original de los bonos de Tv Azteca establecía que cualquier conflicto debía resolverse en Nueva York. Al intentar litigar en México, Salinas Pliego no solo incumplió la cláusula de jurisdicción, sino que puso en riesgo a sus propios inversionistas.
Lo más grave es que su maniobra no es aislada. Durante la pandemia, cuando criticaba las medidas de salud pública que buscaban salvar vidas, su empresa consiguió un blindaje judicial frente a los acreedores. Mientras millones de mexicanos enfrentaban la crisis sanitaria y económica, él se atrincheraba en tribunales para proteger sus intereses privados.
Y es que el discurso del “empresario perseguido” puede servir en redes sociales, donde el ruido confunde a muchos. Pero en los juzgados, lo que pesa no es el espectáculo, sino los documentos, las cláusulas y las cifras en rojo. Y ahí, la narrativa se derrumba.
Salinas Pliego pretende convertir su deuda en un pleito contra el gobierno federal. Sin embargo, lo que está en juego no es la libertad de expresión ni la pluralidad política, sino el cumplimiento de la ley. La verdadera pregunta es simple: ¿por qué un ciudadano común debe pagar sus impuestos puntualmente y un multimillonario no?
Si Salinas Pliego quiere demostrar coherencia, debería empezar por saldar sus deudas en México y en Estados Unidos, en lugar de invertir su tiempo y recursos en campañas mediáticas. Porque mientras él juega al mártir en entrevistas extranjeras, miles de contribuyentes siguen cumpliendo con sus obligaciones sin acceso a reflectores ni pantallas de televisión.
Las deudas no se borran con discursos ni con pancartas televisivas. Y mucho menos con viajes a Nueva York para victimizarse. La ley es clara: se pagan. Y si Ricardo Salinas Pliego insiste en hacer de la evasión un espectáculo político, terminará confirmado lo que ya muchos sospechan: que su batalla no es contra el poder, sino contra la rendición de cuentas.
Por eso somos los rompenueces.









