Las nuevas reglas en Morena

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Pos, ¿qué creen? En política, como en la vida, hay momentos que marcan un antes y un después. Y para Morena, ese momento llegó con el escándalo protagonizado por la senadora Andrea Chávez, acusada de haber emprendido una campaña adelantada con recursos privados para posicionarse como aspirante al gobierno de Chihuahua. Aunque su caso no ha llegado a una sanción formal —como suele suceder en los partidos cuando los “daños colaterales” se anteponen a la justicia interna—, lo cierto es que su comportamiento encendió las alarmas en la dirigencia nacional del partido guinda, y aceleró una decisión largamente postergada: establecer límites claros en la carrera por el poder.

Y es que lo ocurrido con Chávez no fue un hecho aislado ni extraordinario, sino el síntoma de una tensión que crece en el corazón de Morena: cómo conciliar el ímpetu de los aspirantes con la ética política que el movimiento dice representar. La respuesta llegó ayer, cuando el Consejo Nacional aprobó, por unanimidad, un documento que redefine las reglas del juego interno: los “Lineamientos para el comportamiento ético que deben tener las personas representantes, servidoras públicas, protagonistas del cambio verdadero y militantes de Morena”.

No es poca cosa. Este documento contiene un giro normativo de fondo, ya que se prohíbe, por ejemplo, recibir recursos de empresarios o grupos de interés a cambio de favores futuros; se veta el uso de recursos públicos o la ostentación de lujos —incluyendo viajes en primera clase o vuelos privados—, sin importar si estos provienen del erario o del bolsillo propio. También se establece el principio de austeridad como forma de vida, no solo como eslogan, y se formaliza el rechazo al nepotismo electoral, una práctica que, aunque silenciosa, ha infiltrado procesos internos en más de un estado.

Resulta y resalta que el caso de Andrea Chávez fue un catalizador, pues la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, intervino de forma indirecta pero contundente, enviando una carta a la dirigencia donde pidió reforzar los principios éticos del movimiento. Su mensaje no solo era para el caso Chihuahua; también buscaba evitar una fractura mayor en un partido que avanza, sí, hacia la consolidación, pero también hacia su propia burocratización si no toma medidas a tiempo. Y esas medidas han llegado.

La secretaria general de Morena, Carolina Rangel, lo dijo sin rodeos: quienes incumplan los nuevos lineamientos podrán ser sancionados, incluso con la expulsión o inhabilitación para cargos futuros. Es un mensaje claro para la militancia, pero también para los aspirantes que ven en Morena una plataforma cómoda desde la cual proyectar sus ambiciones sin pasar por los filtros éticos del movimiento.

La presencia de los gobernadores morenistas, así como de los presidentes de las cámaras y los coordinadores parlamentarios, en la sesión celebrada en el World Trade Center, evidencia que el tema no era menor. Alfonso Durazo, gobernador de Sonora y presidente del Consejo Nacional, lo resumió con precisión: es legítimo levantar la mano, pero no lo es hacerlo a costa de los compañeros. La contienda interna debe ser equitativa, transparente y fraterna, no una carrera de zancadillas disfrazada de “unidad”.

Este nuevo marco normativo también contempla que las elecciones internas sean auténticas, alejadas de promesas de programas sociales o dádivas a cambio de votos. Una advertencia a tiempo para evitar que Morena repita los peores vicios de los partidos del viejo régimen. Porque si algo ha estado en juego en los últimos años, es la posibilidad real de que una fuerza política logre mantenerse en el poder sin traicionar los principios que le dieron origen.

Claro está, el reto no termina con la firma del documento. Ahora comienza la parte más difícil: aplicarlo. Y ahí es donde Morena tendrá que demostrar si su transformación va en serio. Si los principios son más que discursos y si la ética puede, en efecto, ser un motor de la política.

¿Podrá Morena sostener esta nueva ruta en la práctica cotidiana de su vida interna? Esa es la pregunta que, de aquí a 2027, definirá no solo sus procesos, sino su futuro.

Por eso somos los rompenueces.

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