Pos, ¿qué creen? Nada positivo se puede esperar de Trump para el 2 de abril. La relación comercial entre Estados Unidos y México enfrenta un panorama sombrío, y es que el magnate neoyorquino, impulsivo y visceral, ha demostrado en más de una ocasión que no rige su política económica desde la razón, sino desde sus emociones más primitivas. Actúa con los riñones y el hígado, con la furia de un empresario que considera que todo el mundo le debe algo. México no debe confiarse: negociar con Trump es como hacerlo con un esquizofrénico.
Peter Navarro, asesor de la Casa Blanca en temas comerciales, ya dejó claro el argumento que servirá de pretexto para las próximas embestidas de Washington contra sus socios comerciales. La supuesta pérdida de 90 mil fábricas desde la entrada en vigor del TLCAN es ahora el punto de partida de una narrativa que buscará justificar lo que parece inminente: la imposición de nuevos aranceles a México. Y aunque el T-MEC fue firmado durante la primera administración de Trump, Navarro sostiene que no ha funcionado bien porque Biden no lo aplicó correctamente. Un argumento que solo busca desviar la atención de la verdadera intención: fortalecer un proteccionismo agresivo y revivir la retórica del «Estados Unidos primero».
Si algo ha demostrado Trump, es que no le tiembla la mano para desatar guerras comerciales. El caso reciente de la Unión Europea es una advertencia clara. Su amenaza de imponer un arancel del 200% a los vinos y productos alcohólicos europeos, como represalia a los gravámenes impuestos por Bruselas al whisky estadounidense, ilustra su estrategia de presión y chantaje. No negocia, impone. No dialoga, amenaza. ¿Por qué México debería esperar un trato diferente?
Las señales están ahí. La Comisión Europea respondió anunciando que el 1 de abril terminará la suspensión de aranceles a productos estadounidenses, poniendo en vigor nuevas tarifas el 13 de abril. Mientras tanto, Trump redobla su retórica incendiaria, culpando a la UE de abusos y asegurando que su respuesta será «estupenda para los negocios del vino y champán en Estados Unidos». No hay que ser un experto en comercio internacional para entender que México será el siguiente blanco de esta estrategia.
Resulta y resalta que el presidente estadounidense ya dejó claro en su primera administración que no tiene reparos en usar los aranceles como herramienta de presión política. En 2019, amagó con imponer un 5% de arancel a todas las importaciones mexicanas si el gobierno de López Obrador no frenaba la migración hacia la frontera. La amenaza surtió efecto y México terminó desplegando a la Guardia Nacional en su frontera sur. No sería descabellado pensar que Trump intente una jugada similar si retoma la Casa Blanca.
El panorama no es alentador. En la relación con Trump, México nunca ha tenido margen de maniobra real. Su estilo errático e impredecible, sumado a una visión proteccionista extrema, hacen que cualquier negociación con él sea una apuesta peligrosa. Su administración ya ha dejado claro que considera a México un socio desleal, al que culpa del déficit comercial y de la fuga de empleos. Si el 2 de abril Estados Unidos inicia una nueva escalada arancelaria, nadie podrá decir que no se veía venir.
México debe prepararse. Apostar por diversificar sus mercados y fortalecer su economía interna. Porque si algo ha quedado claro en los últimos años, es que con Trump no hay acuerdos seguros, solo imposiciones. Y la historia ha demostrado que los caprichos del expresidente pueden costar caro. La pregunta no es si habrá aranceles, sino cuándo y con qué pretexto.
