POS, ¿QUÉ CREEN? Felipe Calderón Hinojosa no se cansa de entrometerse en la política mexicana, aunque su legado es el de un país en llamas. Desde el exilio dorado que se ha construido tras su sexenio de sangre, el expresidente reaparece de cuando en cuando para darnos lecciones de moral política, como si su gobierno no hubiese sumido a México en la peor crisis de violencia de su historia. Ahora, Calderón se pasea por entrevistas con conductores de espectáculos, asegurando que “lo volvería a hacer” y que “no se arrepiente de nada”.
LA DECLARACIÓN de Calderón, conocido también como Comandante Borolas, no sorprende, pero sí indigna. Es el cinismo de un hombre que, a falta de un partido que lo cobije, ha encontrado refugio en la narrativa del arrepentido que no se arrepiente, del paladín de la democracia que llegó al poder mediante un fraude, del justiciero que gobernó con un narcotraficante como brazo derecho. No es casualidad que Claudia Sheinbaum haya señalado su “activismo reciente” y le haya recomendado dedicarse a ser ex presidente.
PORQUE LO QUE CALDERÓN llama “guerra contra el narcotráfico” no fue más que una estrategia fallida que desató la violencia en todo el país, una improvisación sangrienta que desató una crisis humanitaria sin precedentes. Fue durante su sexenio cuando México vio multiplicarse los homicidios, cuando los enfrentamientos entre cárteles y fuerzas de seguridad se volvieron el pan de cada día, cuando las desapariciones y las fosas clandestinas se convirtieron en parte del paisaje.
PERO NADA DE ESTO PARECE importarle a Calderón. En su entrevista con Yordi Rosado, el ex presidente se mostró cómodo, evitando hablar de los temas incómodos: el fraude de 2006, el escándalo de su cuñado Hildebrando Zavala y sus negocios con Pemex y el IFE, o su posterior fichaje en Iberdrola, la empresa española que recibió jugosos contratos durante su administración. Tampoco mencionó a Genaro García Luna, su ex secretario de Seguridad Pública, hoy preso en Estados Unidos por sus vínculos con el narcotráfico.
RESULTA Y RESALTA QUE NO ES LA PRIMERA VEZ que Calderón intenta reciclar su imagen. Antes de querer volver a influir en México, ya lo había intentado en otros países. En Venezuela, se autonombró activista contra el gobierno de Nicolás Maduro, pero fue rechazado y quedó en el ridículo. Su intento de erigirse como voz de la democracia fue ignorado porque su propio historial lo delata. Ahora, busca volver a la arena política mexicana como si aún tuviera algo que aportar, como si su gobierno no estuviera marcado por la corrupción, la violencia y la sumisión a los intereses de las grandes corporaciones extranjeras.
ES PARADÓGICO QUE CALDERÓN, que tanto habla de la soberanía y el peligro del narcotráfico, nunca mencione que su sexenio es el mejor ejemplo de cómo el crimen organizado infiltró las estructuras del Estado. Prefiere la amnesia selectiva, la misma que lo ha acompañado desde que dejó Los Pinos para acomodarse en el sector energético al que benefició mientras gobernaba.
POR ESO SU ACTIVISMO reciente no es otra cosa que un intento desesperado por mantenerse vigente, por no aceptar su papel de ex presidente derrotado por la historia. Pero el problema no es que Calderón siga dando entrevistas o quiera opinar sobre la política actual. El problema es que aún hay quienes le prestan micrófono, que aún hay sectores que lo presentan como una voz autorizada cuando su legado es el de la muerte y la impunidad.
Si Calderón tuviera un mínimo de decencia, haría lo que Sheinbaum le recomendó: dedicarse a ser ex presidente. Pero el cinismo es su sello y el descaro su estrategia. Y mientras siga encontrando espacios para blanquear su historia, seguirá apareciendo, repitiendo que lo volvería a hacer, que no se arrepiente de nada. Porque él nunca tuvo que pagar las consecuencias de su guerra. Fueron otros quienes las sufrieron.