Pos, ¿qué creen? Por años, México ha estado atrapado en una espiral de violencia que parece no tener fin. El crimen organizado, especialmente el narcotráfico, ha instaurado un régimen paralelo de terror, donde la vida vale menos que una consigna. Aunque las cifras oficiales señalan una baja sostenida en los homicidios dolosos en casi todo el país, la violencia no cede. Ha mutado, se ha sofisticado y se ha replegado en ciertos espacios donde busca mandar un mensaje: aquí mandamos nosotros.
El reciente atentado en la Ciudad de México, que cobró la vida de Ximena Guzmán y José Muñoz —colaboradores directos de la jefa de Gobierno, Clara Brugada—, fue una sacudida nacional. No solo por su crueldad y precisión, sino porque ocurre en la capital del país, el centro neurálgico del poder, el lugar donde, se supone, la seguridad está garantizada. Los agresores actuaron con frialdad, a plena luz del día y en una de las avenidas más transitadas, a bordo de una motocicleta, como si se tratara de un ajuste de cuentas más en la periferia olvidada.
Este hecho reabrió un debate que México se niega a abordar con la seriedad que merece. Hoy, al calor de los hechos y del dolor, se perfilan tres posturas ante la violencia generada por el crimen organizado. Ninguna es nueva, pero todas han ganado nuevos matices tras este ataque.
Primera vertiente: la pena de muerte
Un sector de la opinión pública, azuzado por el hartazgo y la impotencia, vuelve a plantear la posibilidad de instaurar la pena capital. Es un viejo anhelo punitivista que resurge cada vez que la sangre corre por las calles. “Ojo por ojo”, claman. Quieren que se legisle para que los delincuentes paguen con su vida, bajo la creencia de que el castigo extremo disuadirá el crimen. Pero, ¿realmente funcionaría en un país con instituciones tan frágiles, con un sistema judicial colapsado y una larga historia de injusticias y encarcelamientos arbitrarios? La pena de muerte podría significar, más que justicia, un nuevo campo para la venganza institucionalizada.
Segunda vertiente: atacar las causas.
La postura del Gobierno Federal y de figuras como Claudia Sheinbaum se mantiene firme: no se combate el crimen solo con balas, sino con justicia social. La estrategia, heredada del sexenio de López Obrador, busca cerrar las brechas que empujan a miles de jóvenes a enrolarse en el crimen organizado: pobreza, falta de oportunidades, abandono educativo. Sheinbaum, desde sus días como jefa de Gobierno, ha insistido en atacar las raíces, en apostar por una prevención profunda, estructural. Esta vía es lenta, exige constancia, y no da resultados inmediatos. Pero es también la única que, a largo plazo, podría erradicar el problema desde su origen.
Tercera vertiente: mano dura sin miramientos.
Un grupo minoritario, pero cada vez más vocal, propone ir al choque directo, sin titubeos ni cálculos. Exigen un enfrentamiento frontal, casi bélico, contra los cárteles, aún si eso implica militarizar más el país, aceptar bajas colaterales o ceder libertades. Es el camino de la fuerza bruta, de los operativos espectaculares y las “zonas de guerra”. Ya se intentó en sexenios pasados y el resultado fue una violencia exponencial, un aumento en los desaparecidos y una expansión territorial del narco. Pero la desesperación es mala consejera, y hay quien cree que repetir el error es preferible a la espera.
Hoy, México está parado frente a una encrucijada. El asesinato de los funcionarios cercanos a Clara Brugada no es un hecho aislado, es un síntoma del momento que vivimos: un país atrapado entre la sed de justicia, la necesidad de transformación social y el impulso de la venganza. El mensaje que envían estos crímenes es claro: ningún territorio está a salvo.
Resulta y resalta que la respuesta del Gobierno ha sido contundente: no habrá impunidad. Se investigará hasta dar con los responsables. La presidenta Claudia Sheinbaum ofreció todo su respaldo a la Ciudad de México, y se suspendieron los actos públicos de la jefa de Gobierno como señal de duelo. Pero este respaldo, aunque necesario, no basta.
Y es que lo que urge ahora es un debate nacional, serio, informado, sin pasiones ni populismos. La violencia no se apaga con discursos, pero tampoco con ejecuciones extrajudiciales ni más armas en las calles. La tragedia vivida en Tlalpan nos grita que ya no hay más tiempo para la indecisión. México debe elegir su camino. Y debe hacerlo ya.
Por eso somos los rompenueces.