Pos, ¿qué creen? Por más que Donald Trump insista en presentarse como un paladín del pueblo estadounidense —con su retórica del “América primero” y su cruzada proteccionista disfrazada de patriotismo económico—, las cifras y los hechos apuntan a una narrativa mucho más reveladora: mientras provoca caos global con sus aranceles y amenazas comerciales, su economía personal y la de su familia florecen como nunca.
Según una investigación publicada por The New York Times, desde que Trump regresó a la presidencia, él y su familia han lanzado una serie de iniciativas empresariales cuyo común denominador es lucrar con el acceso privilegiado al poder. Hoteles de lujo en Dubái, torres residenciales en Arabia Saudita, villas exclusivas en Qatar, campos de golf y hasta una serie de criptomonedas oficiales ($Trump y $Melania), han generado una bonanza multimillonaria que ha elevado el valor neto de la familia presidencial en más de 2.9 mil millones de dólares.
Estas operaciones no son fortuitas ni incidentales: están cuidadosamente estructuradas para convertir el poder político en ganancias privadas. No son los primeros en beneficiarse económicamente de la Casa Blanca, pero lo que distingue a Trump es la forma tan directa y desvergonzada en que lo hace. La línea que antes separaba la función pública de los negocios personales ha sido borrada.
La historia se vuelve aún más alarmante al revisar detalles como la cena privada con Trump que se ofreció en su club de golf en Virginia. No se trataba de un evento oficial ni de una ceremonia diplomática. Fue una cita exclusiva para los mayores compradores de la criptomoneda $Trump. Aquellos con más fichas en la billetera ganaban el privilegio de cenar con el presidente y recorrer la Casa Blanca. El acceso al poder, literalmente, se cotiza en tokens digitales.
Mientras tanto, las giras de sus hijos Donald Jr. y Eric por Europa y Medio Oriente tienen menos que ver con la política exterior y más con cerrar tratos hoteleros, negociar membresías privadas de medio millón de dólares, y asegurar inversiones millonarias en nombre de la familia presidencial. ¿Cómo no hablar de corrupción cuando empresas como la mexicana Freight Technologies notifican a la SEC la compra de $20 millones en criptomonedas Trump como una forma “de abogar por el comercio justo entre México y EE.UU.”? Eso no es diplomacia, es lobby encubierto con criptomonedas.
Y todo esto ocurre en un contexto internacional cada vez más tenso. Las políticas arancelarias de Trump han reactivado guerras comerciales, empujado a la economía mundial a la incertidumbre y puesto a prueba relaciones diplomáticas claves. La paradoja es evidente: el presidente que denuncia los abusos del sistema global es el mismo que capitaliza personalmente sus propias reglas.
Como escribió Susan Glasser en The New Yorker, el volumen de dinero que fluye hacia los bolsillos de los Trump “es de una escala y un alcance alucinantes en cualquier contexto”. Lo que vemos no es sólo una presidencia; es un proyecto empresarial envuelto en bandera y escudo. Y ante la pasividad o complicidad institucional, el mensaje queda claro: en esta versión de los Estados Unidos, la corrupción ya no se oculta… se monetiza.