Trump, el enfermo mental que persigue a los migrantes en los campos de California

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Pos, ¿qué creen? En los surcos fértiles del Valle Central de California no solo germinan los arándanos o las fresas que terminan en las mesas de millones de estadounidenses. También florece, año tras año, la esperanza de miles de trabajadores migrantes —en su mayoría mexicanos— que cosechan desde el amanecer bajo un sol implacable. Pero esta semana, lo que llegó con el alba no fue el jornal, sino el miedo.

Y es que después de haber convertido las fábricas textiles de Los Ángeles en escenarios de redadas masivas, el gobierno de Donald Trump, el enfermo mental lleno de odio, ha trasladado su cacería a los campos agrícolas. Con brutal frialdad, agentes del ICE irrumpieron en plantaciones y empaques de frutas, expandiendo su ofensiva migratoria hacia los espacios más vulnerables del sistema productivo estadounidense. Aquellos que alimentan al país, ahora son perseguidos como criminales.

El diario británico The Guardian reveló que estas incursiones responden a una meta impuesta por Stephen Miller, mano dura del trumpismo y artífice de sus políticas migratorias: tres mil detenciones diarias. ¿El objetivo? Alimentar la maquinaria electoral de Trump con los cuerpos y el sufrimiento de quienes carecen de documentos, pero no de dignidad.

En Downey, California, un abuelo fue detenido tras dejar a su nieta en la escuela. Otros fueron interceptados al salir de tiendas Home Depot o gimnasios. Lo que parecía una operación quirúrgica del ICE se convirtió, como señaló el concejal Mario Trujillo, en una estrategia para sembrar pánico. No es una metáfora: la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, denunció que su ciudad está siendo usada como experimento nacional para probar los límites de la autoridad presidencial, por encima de estados y municipios. ¿Hasta dónde puede llegar Trump sin que nadie lo detenga?

La cifra es escalofriante: 330 migrantes arrestados desde el viernes. Mientras tanto, el toque de queda y el despliegue militar convierten a Los Ángeles en una ciudad sitiada, una especie de laboratorio distópico de la agenda republicana.

Lo más grave es que estas redadas no son accidentes ni excesos de agentes aislados. Son una política de Estado. Un Estado que considera “invasión extranjera” la protesta civil, pero que militariza la frontera para evitar que tres migrantes crucen por un área recién designada como zona castrense en Nuevo México. Un Estado que, en nombre del orden, demoniza al trabajador que recoge fresas pero tolera al banquero que lava dinero.

El general Dan Caine, jefe del Estado Mayor Conjunto, tuvo que contradecir en público al propio Trump: “no observo ninguna invasión de actores extranjeros”. Pero la narrativa ya está sembrada. En la mente de millones de estadounidenses, el migrante es el enemigo interno. Esa imagen se refuerza con cada video viral, con cada redada televisada, con cada tweet presidencial que convierte la xenofobia en bandera.

Lo que estamos presenciando es más que una ofensiva antimigrante. Es una reconfiguración del autoritarismo estadounidense. Una en la que los derechos humanos son obstáculos, los gobernadores son estorbos, y los mexicanos —como ha sido históricamente— son los primeros sacrificados.

Trump no está sólo en esto. Tiene cómplices. En el Congreso, en las cortes, en las calles. Pero también hay resistencias. Organizaciones defensoras de derechos migrantes, concejales valientes, alcaldes que denuncian lo que otros callan, y comunidades que, a pesar del miedo, no se rinden.

La historia juzgará este momento, porque lo hará como ya lo hizo con otros capítulos oscuros de la política migratoria estadounidense: los campos de internamiento de japoneses en la Segunda Guerra Mundial, las deportaciones masivas de mexicanos en los años 30, los niños enjaulados durante el primer mandato de Trump.

Hoy, los campos agrícolas del oeste norteamericano vuelven a ser escenario de una injusticia. Pero también pueden ser el lugar donde germinen nuevas formas de resistencia. Porque si algo ha enseñado la historia migrante en Estados Unidos es que no hay redada que pueda detener la lucha por la dignidad. Ni siquiera en temporada de cosecha.

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