Trump, el vigilante siniestro

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Pos, ¿qué creen? La última andanada de Donald Trump contra Irán confirma un patrón, primero provoca la crisis y luego regaña al resto por las consecuencias. Después de los ataques estadounidenses a instalaciones nucleares iraníes, el presidente recurrió a Truth Social con su tono característico: “¡Todos, mantengan los precios del petróleo bajos. Estoy vigilando!”. El crudo Brent ya había repuntado más de 4 % en las primeras horas de negociación y el West Texas Intermediate copiaba la tendencia. Solo entonces Trump, artífice del temblor geopolítico, decidió advertir que dejar subir los precios sería “hacerle el juego al enemigo”.

Y es que detrás del mensaje se esconde una contradicción elemental. El mandatario empuja al Departamento de Energía con su viejo eslogan “Drill, baby, drill” —más perforación doméstica, como si bastara con girar una llave para amortiguar la volatilidad global— mientras ignora que el alza obedece, justamente, a la escalada militar que él autorizó. Irán, noveno productor mundial, ha prometido represalias y podría cerrar el estrecho de Ormuz, arteria por donde fluye una quinta parte del petróleo del planeta. Cualquier interrupción real provocaría un shock inflacionario internacional que ni los productores de esquisto en Texas podrían neutralizar de inmediato.

El tablero se complica porque el golpe no solo amenaza la seguridad energética, sino que alimenta la narrativa de injerencia en Medio Oriente. Trump no dudó en sugerir un “cambio de régimen” en Teherán, tercamente convencido de que imponer sanciones, bombardear y luego exigir estabilidad en los precios es un ciclo viable. El mercado, sin embargo, lee otro guion: conflicto prolongado, posibles interrupciones de suministro y fondo de recesión global.

Desde México, la presidenta Claudia Sheinbaum reaccionó con prudencia. Recordó que las ocho refinerías operan —incluidas Dos Bocas y Deer Park— y que la producción conjunta de Pemex y privados ronda 1.8 millones de barriles diarios, suficiente para cubrir gasolinas y diésel. No obstante, admitió la dependencia en turbosina y, sobre todo, gas natural. El comentario subraya un dato clave: incluso con mayor autosuficiencia, las economías importadoras siguen expuestas a la especulación que desatan las decisiones bélicas de Washington.

Trump exige fidelidad de precios en un mercado que ha convertido en rehén de su política exterior. Pretender que los demás paguen la cuenta de su aventurerismo militar equivale a culpabilizar al termómetro por la fiebre. El llamado a “mantener los precios bajos” carece de sustento práctico cuando el propio jefe de Estado añade capas de riesgo geopolítico y amenaza con sancionar a cualquier país que no lo secunde.

Resulta y resalta que la Casa Blanca debería reconocer que la estabilidad energética depende menos de tuits vigilantes y más de diplomacia real. Bombardear primero y pasar la factura después no es estrategia; es una apuesta que expone al mundo —y a la propia economía estadounidense— a ciclos de pánico que ningún “Drill, baby, drill” va a contener. Mientras tanto, el mensaje a los productores y consumidores es claro: preparen sus bolsillos; la volatilidad, no Irán, es el verdadero enemigo creado en Washington.

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