Trump otra vez contra México

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Pos Donald Trump ha demostrado, una vez más, su disposición a recurrir a tácticas alarmistas y xenófobas para asegurar el apoyo de su base política. En su reciente mitin en Michigan, Trump arremetió contra México, acusando al país de «aprovecharse» de Estados Unidos y amenazando con medidas extremas como la imposición de aranceles exorbitantes y el cierre total de la frontera. Estas declaraciones, lejos de ser una reflexión seria sobre la relación bilateral, parecen más una estrategia calculada para capitalizar el sentimiento antiinmigrante y nacionalista, en un momento en que su campaña necesita desesperadamente reavivar el fervor entre sus seguidores.

Y es que lo preocupante de estas afirmaciones es que no solo distorsionan la realidad de las relaciones comerciales entre ambos países, sino que también ignoran las consecuencias económicas y humanitarias que tales políticas podrían acarrear. La amenaza de imponer aranceles del 100% o más a los automóviles fabricados en México, por ejemplo, no solo es irrealizable en un contexto de interdependencia económica global, sino que también sería desastrosa para la industria automotriz estadounidense. Esta industria, que Trump afirma querer proteger, depende en gran medida de la cadena de suministro transnacional que incluye plantas en México. Ignorar esta realidad es no solo miope, sino peligrosamente irresponsable.

Además, las declaraciones de Trump sobre la supuesta sumisión del gobierno mexicano bajo su mandato son una exageración destinada a reforzar su imagen de «hombre fuerte». Aunque es cierto que México desplegó tropas en su frontera sur en respuesta a la presión estadounidense, retratar esto como una victoria total es simplista y engañoso. La diplomacia es un proceso complejo de negociación, no una serie de amenazas unilaterales. Marcelo Ebrard, entonces secretario de Relaciones Exteriores de México, logró negociar una solución que evitó los aranceles punitivos y mantuvo la cooperación bilateral, pero la narrativa de Trump ignora estos matices en favor de una historia de dominación.

Lo más preocupante, sin embargo, es la demonización constante de los migrantes en el discurso de Trump. Al insinuar que México es responsable de «enviar» migrantes a Estados Unidos, perpetúa una visión racista y deshumanizante de personas que huyen de la violencia y la pobreza en busca de una vida mejor. La retórica de «cerrar la frontera» y «enviar a los migrantes de regreso» no ofrece soluciones reales a los desafíos migratorios, sino que explota el miedo y la ignorancia para ganar votos.

Resulta y resalta que es evidente que Trump está dispuesto a sacrificar la relación con un aliado clave y a poner en riesgo la estabilidad económica de su propio país con tal de avivar el resentimiento y asegurar su lugar en las encuestas. Su retórica incendiaria no es una política seria, sino un teatro político diseñado para manipular las emociones de sus seguidores. Mientras tanto, el costo real de estas declaraciones recae en las comunidades migrantes, en la relación bilateral entre México y Estados Unidos, y en la economía global.

Las palabras de Trump no son más, pues, que una táctica desesperada para recuperar terreno en la carrera presidencial, a expensas de la verdad y la estabilidad. Su discurso no solo es dañino y divisivo, sino que también revela una profunda falta de comprensión sobre las complejidades de la política internacional y las consecuencias de sus propias promesas.

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