Trump y sus amenazas permanentes

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Pos, ¿qué creen? Donald Trump ha vuelto a sacar del cajón una de sus más peligrosas ocurrencias. Ahora dijo que iba a revisar el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). No es la primera vez que lo hace, pero cada que lo intenta, sacude las bases no solo del comercio internacional, sino del equilibrio político que mantiene a Norteamérica como una de las regiones económicas más sólidas del planeta. Las palabras del Jefe de la Casa Blanca, como él mismo insiste en llamarse con tono imperial, no son sólo gestos de campaña: son fuegos artificiales que deslumbran unos segundos y luego incendian estructuras enteras.

Trump no comprende —o no quiere comprender— que desmontar los pilares del T-MEC no solo arriesga relaciones diplomáticas, sino que comienza a afectar directamente la economía de su propio país. Cada amenaza que lanza, cada “revisión” anunciada, cada insinuación de ruptura, genera incertidumbre en los mercados, nerviosismo entre los inversionistas y desconfianza en los socios comerciales. En esta ocasión, sin embargo, la reacción no ha sido de pánico, sino de firmeza. Desde México, la respuesta fue clara: “Estamos preparados”.

Y es que la la presidenta Claudia Sheinbaum no se dejó llevar por la estridencia ni el dramatismo. Explicó con precisión que hay coordinación con los empresarios, que existen mecanismos alternativos para sostener el comercio incluso fuera del marco del T-MEC, y que hay una red de protección basada en la cláusula de “nación más favorecida” de la OMC. Pero también dejó en claro algo más importante: que la integración económica de América del Norte no va a desaparecer, porque las empresas estadounidenses que operan en México y Canadá no lo van a permitir.

Resulta y resalta que esa es la paradoja que Trump no logra descifrar. Mientras él clama por una “América primero” cada vez más aislada, las empresas de su propio país empujan por una integración que les ha rendido beneficios tangibles durante más de tres décadas. Trump, en su afán de protagonismo, olvida que los motores de la economía moderna no se mueven con discursos de mitin, sino con cadenas de valor, acuerdos multilaterales, y reglas compartidas.

Y si bien es cierto que aún no hay una señal clara de que el T-MEC vaya a desaparecer, la mera amenaza de Trump impacta ya en la estabilidad. Basta observar cómo fluctúan las bolsas cada vez que lanza sus amenazas tarifarias. O cómo los grandes conglomerados comienzan a mover sus fichas en previsión de un posible escenario adverso. Lo que Trump llama “revisión”, en realidad es una advertencia velada, una manera de poner a sus socios contra las cuerdas mientras él alimenta su campaña con bravatas de soberanía mal entendida.

La realidad es que el T-MEC ha sido mejor que su predecesor, el TLCAN. Ha permitido más empleo, más inversión, más innovación compartida. Terminarlo, o convertirlo en un arma política, sería un error no solo geoestratégico, sino económico. Estados Unidos no solo se volvería más pequeño en el tablero global, también más solo.

Porque el mundo ya no es el de los años ochenta, cuando la economía podía cerrarse y sobrevivir al aislamiento. Hoy, las cadenas de suministro son transnacionales, la tecnología viaja a la velocidad de la luz, y los capitales buscan certidumbre antes que patriotismo. Trump se equivoca si cree que su país puede prosperar con muros, aranceles y amenazas. Ya lo intentó una vez. Y lo que consiguió fue un Estados Unidos más dividido, más temeroso, más débil.

Sheinbaum tiene razón al decir que lo importante no es sólo lo que diga Trump, sino todo lo que no puede deshacer. Porque detrás del ruido mediático hay estructuras profundas, intereses cruzados, compromisos que trascienden la figura de un solo presidente. Las empresas, los gobiernos locales, los trabajadores, incluso los consumidores, ya están demasiado entrelazados como para romper ese tejido sin consecuencias devastadoras.

La pregunta, entonces, no es si Trump va a revisar el T-MEC. La pregunta real es: ¿hasta dónde está dispuesto a llevar sus obsesiones personales, aun a costa de dañar a su propia nación? Porque cada vez que habla, cada vez que amenaza, lo que pone en juego no es solo el equilibrio comercial de Norteamérica. Es el lugar de Estados Unidos en el mundo.

Y mientras más insiste en encerrarse, más pequeño se vuelve ese país que alguna vez se llamó a sí mismo el líder del mundo libre. Hoy, con cada ocurrencia de su expresidente, ese liderazgo se marchita. Porque Trump no entiende que el poder verdadero no se grita: se construye, se negocia, se comparte.

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